Page 58 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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sabréis que aunque el tío proponía a la sobrina, y le decía las calidades de cada uno, en particular de
los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella
respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse, y que por ser tan muchacha no se
sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba al parecer justas excusas,
dejaba el tío de importunarla, y esperaba que entrase algo más en edad y ella supiese escoger
compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos
estado contra su voluntad. Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa
Marcela hecha pastora; y sin ser parte su tío ni todos los del pueblo que se lo desaconsejaban, dio en
irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y así como ella
salió en público, y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos
mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo, y la andan requebrando por
estos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la
dejaba de querer y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida
tan suelta, y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que
venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia
con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad
se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que puesto que
no huye ni es esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y
amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y
santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. Y con esta manera de condición
hace más daño en esta tierra que por si ella entrara la pestilencia, porque su afabilidad y hermosura
atraen los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla; pero su desdén y desengaño los
conduce a términos de desesperarse, y así no saben qué decirle sino llamarla a voces cruel y
desagradecida, con otros títulos a este semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan;
y si aquí estuviéredes, señores, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los
lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos
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