Page 59 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre
de Marcela, y encima de alguna una corona grabada en el mesmo árbol, como si más claramente
dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana. Aquí suspira un
pastor, allí se queja otro, acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cual hay
que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los
llorosos ojos, embebecido y trasportado en sus pensamientos, le halla el sol a la mañana; y cual hay
que sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano
tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo; y deste y de aquel, y de aquellos y
destos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela. Y todos los que la conocemos estamos
esperando en qué ha de parar su altivez, y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar
condición tan terrible, y gozar de hermosura tan extremada. Por ser todo lo que he contado tan
averiguada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la
causa de la muerte de Grisóstomo. Y así os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su
entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está deste lugar a
aquel donde manda enterrarse media legua. En cuidado me lo tengo, dijo Don Quijote, y
agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento. ¡Oh! replicó el
cabero. Aun no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela; mas podría ser que
mañana topásemos en el camino algún pastor que nos lo dijese; y por ahora bien será que os vais a
dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, puesto que es tal la medicina
que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario accidente. Sancho Panza que ya daba al
diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó por su parte que su amo se entrase a dormir en la choza
de Pedro. Hízolo así y todo lo más de la noche se la pasó en memorias de su señora Dulcinea, a
imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y
durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.
Capítulo 13: Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos
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