Page 56 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Quijote. Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento, diciendo: asimesmo adivinaba
cuando había de ser el año abundante o estil. Estéril queréis decir, amigo, dijo Don Quijote. Estéril,
o estil, respondió Pedro, todo se sale allá. Y digo que, con esto que decía, se hicieron su padre y sus
amigos que le daban crédito muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: sembrad
este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada; el que viene será de guilla
de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota. Esa ciencia se llama Astrología, dijo Don Quijote. No
sé yo cómo se llama, replicó Pedro, mas sé que todo esto sabía y aún más. Finalmente no pasaron
muchos meses después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor con su
cayado y pellico, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía, y juntamente se
vistió con él de pastor otro su grande amigo llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los
estudios. Olvidábaseme decir cómo Grisóstomo el difunto fue grande hombre de componer coplas,
tanto que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de
Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo.
Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron
admirados y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer tan extraña mudanza. Ya en
este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de
hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado mayor y menor, y en
gran cantidad de dineros: de todo lo cual quedó el mozo señor desoluto; y en verdad que todo lo
merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como
una bendición. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra
cosa que por andarse por estos
despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se
había enamorado el difunto de Grisóstomo. Y quiéroos decir ahora, porque es bien que lo sepáis,
quén es esta rapaza; quizá y aun sin quizá no habréis oído semejante cosa en todos los días de
vuestra vida, aunque viváis más años que sarna. Decid Sarra, replicó Don Quijote, no pudiendo
sufrir el trocar de los vocablos del cabrero. Harto vive la sarna, respondió Pedro; y si es, señor, que
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