Page 53 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
P. 53

antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados

                  y suspensos le estuvieron escuchando. Sancho asimismo callaba, y comía bellotas y visitaba muy

                  amenudo el segundo zaque, que porque se enfriase el vino lo tenían colgado de un alcornoque. Más

                  tardó en hablar Don Quijote que en acabar la cena, al fin de la cual uno de los cabreros dijo: para

                  que con más veras pueda vuestra merced decir, señor caballero andante, que le agasajamos con
                  pronta y buena voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compañero

                  nuestro, que no tardará mucho en estar aquí, el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y

                  que sobre todo sabe leer y escribir, y es músico de un rabel, que no hay más que desear. Apenas

                  había el cabrero acabado de decir esto, cuando llegó a sus oídos el son del rabel y de allí a poco llegó

                  el que le tañía, que era un mozo de hasta veintidós años, de muy buena gracia. Preguntáronle sus
                  compañeros si había cenado, y respondiendo que sí, el que había hecho los ofrecimientos le dijo: de

                  esa manera, Antonio, bien podrás hacernos placer de cantar un poco, porque vea este señor huésped

                  que tenemos, que también por los montes y selvas hay quien sepa de música. Hémosle dicho tus

                  buenas habilidades, y deseamos que las muestres y nos saques verdaderos; y así te ruego por tu vida

                  que te sientes y cantes el romance de tus amores, que te compuso el beneficiado tu tío, que en el

                  pueblo ha parecido muy bien. Que me place, dijo el mozo; y sin hacerse más de rogar, se sentó en el

                  tronco de una desmochada encina, y templando su rabel, de allí a poco, con muy buena gracia,
                  comenzó a cantar, diciendo de esta manera:




                  ANTONIO Yo sé, Olalla, que me adoras, puesto que no me lo has dicho ni aún con los ojos siquiera,

                  mudas lenguas de amoríos. Porque sé que eres sabida, en que me quieres me afirmo, que nunca fue
                  desdichado amor que fue conocido. Bien es verdad que tal vez, Olalla, me has dado indicio que

                  tienes de bronce el alma, y el blanco pecho de risco. Más allá, entre sus reproches y honestísimos

                  desvíos tal vez la esperanza muestra la orilla de su vestido. Abalánzase al señuelo mi fe que nunca ha

                  podido ni menguar por no llamado ni crecer por escogido. Si el amor es cortesía, de la que tienes

                  colijo que al fin de mis esperanzas ha de ser cual imagino. Y si son servicios parte de hacer un pecho

                  benigno, algunos de los que he hecho fortalecen mi partido. Porque, si has mirado en ello, más de


                                             Portal Educativo EducaCYL
                                              http://www.educa.jcyl.es
   48   49   50   51   52   53   54   55   56   57   58