Page 49 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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al dedo, y más que, por ser en tierra firme, te debes de alegrar. Pero dejemos esto para su tiempo, y

                  mira si traes algo en esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo

                  donde alojemos esta noche, y hagamos el bálsamo que te he dicho, porque yo te voto a Dios que me

                  va doliendo mucho la oreja. Aquí trayo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuántos mendrugos

                  de pan, dijo Sancho; pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra
                  merced. Que mal lo entiendes, respondió Don Quijote: hágote saber, Sancho, que es honra de los

                  caballeros andantes no comer en un mes, y ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano:

                  y esto se te hiciera cierto, si hubieras leído tantas historias como yo, que aunque han sido muchas,

                  en todas ellas no he hallado hecha relación de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso,

                  y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores. Y
                  aunque se deja entender que no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres

                  naturales, porque en efecto eran hombres como nosotros, has de entender también que, andando lo

                  más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su más ordinaria

                  comida sería de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces: así que, Sancho amigo, no

                  te congoje lo que a mí me da gusto, ni quieras tú hacer mundo nuevo, ni



                  sacar la caballería andante de sus quicios. Perdóneme vuestra merced, dijo Sancho, que como yo no
                  sé leer ni escribir, como otra vez he dicho, no sé ni he caído en las reglas de la profesión

                  caballeresca; y de aquí adelante yo proveeré las alforjas de todo género de fruta seca para vuestra

                  merced, que es caballero, y para mí las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles y de más

                  sustancia. No digo yo, Sancho, replicó Don Quijote, que sea forzoso a los caballeros andantes no

                  comer otra cosa que esas frutas que dices; sino que su más ordinario sustento debía ser de ellas, y de

                  algunas yerbas que hallaban en los campos, que ellos conocían, y yo también conozco. Virtud es,
                  respondió Sancho, conocer esas yerbas, que según yo me voy imaginando, algún día será menester

                  usar de ese conocimiento. Y sacando en esto lo que dijo que traía, comieron los dos en buena paz y

                  compañía; pero deseosos de buscar donde alojar aquella noche, acabaron con mucha brevedad su

                  pobre y seca comida. Subieron luego a caballo, y diéronse priesa por llegar a poblado, antes que



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