Page 50 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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anocheciese; pero faltóles el sol y la esperanza de alcanzar lo que deseaban junto a unas chozas de
unos cabreros, y así determinaron de pasar allí la noche que cuanto fue de pesadumbre para Sancho
no llegar a poblado, fue de contento para su amo dormirla al cielo descubierto, por parecerle que
cada vez que esto le sucedía era hacer un acto posesivo que facilitaba la prueba de su caballería.
Capítulo 11: De lo que sucedió a Don Quijote con unos cabreros
Fue recogido de los cabreros con buen ánimo, y habiendo Sancho lo mejor que pudo acomodado a
Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra que
hirviendo al fuego en un caldero estaban; y aunque él quisiera en aquel mismo punto ver si estaban
en sazón de trasladarlos del caldero al estómago, lo dejó de hacer porque los cabreros los quitaron
del fuego, y tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rústica
mesa, y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenían. Sentáronse a
la redonda de las pieles seis de ellos, que eran los que en la majada había, habiendo primero con
groseras ceremonias rogado a Don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto al revés le
pusieron. Sentóse Don Quijote, y quedábase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de
cuerno. Viéndole en pie su amo, le dijo: porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante
caballería, y cuán a pique están los que en cualquiera ministerio de ella se ejercitan, de venir
brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquí a mi lado, y en compañía de
esta buena gente, te sientes, y que seas una misma cosa conmigo que soy tu amo y natural señor,
que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere; porque de la caballería andante se puede decir
lo mismo que del amor que se dice, que todas las cosas iguala. ¡Gran merced! dijo Sancho; pero sé
decir a vuestra merced, que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y
a mis solas, como sentado a par de un emperador. Y aún si va a decir verdad, mucho mejor me sabe
lo que como en mi rincón sin melindres sin respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de
otras mesas, donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no
estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo.
Así que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme, por ser ministro y adherente de
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