Page 48 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Sacó Sancho de las alforjas hilas y ungüento; mas cuando Don Quijote llegó a ver rota su celada,
pensó perder el juicio, y puesta la mano en la espada y alzando los ojos al cielo, dijo: yo hago
juramento al criador de todas las cosas, y a los santos cuatro Evangelios, donde más largamente
están escritos, de hacer la vida que hizo el grande marqués de Mantua, cuando juró de vengar la
muerte de su sobrino Baldovinos, que fue de no comer pan a manteles, ni con su mujer folgar, y
otras cosas, que, aunque de ellas no me acuerdo, las doy aquí por espresadas, hasta tomar entera
venganza del que tal desaguisado me fizo. Oyendo esto Sancho, le dijo: advierta vuestra merced,
señor Don Quijote, que si el caballero cumplió lo que se le dejó ordenado de irse a presentar ante mi
señora Dulcinea del Toboso, ya habrá cumplido con lo que debía, y no merece otra pena si no
comete nuevo delito. Has hablado y apuntado muy bien, repondió Don Quijote; y así anulo el
juramento en lo que toca a tomar de él nueva venganza; pero hágole y confírmole de nuevo de hacer
la vida que he dicho, hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como esta a algún
caballero; y no pienses, Sancho, que así, a humo de pajas, hago esto, que bien tengo a quien imitar
en ello, que esto mismo pasó al pie de la letra sobre el yelmo del Mambrino, que tan caro le costó a
Sacripante. Que dé al diablo vuestra merced tales juramentos, señor mío, replicó Sancho, que son
muy en daño de la salud y muy en perjuicio de la conciencia. Si no, dígame ahora si acaso en
muchos días no topamos hombre armado con celada, ¿qué hemos de hacer? ¿Hase de cumplir el
juramento a despecho de tantos inconvenientes e incomodidades, como será el dormir vestido, y el
no dormir en poblado, y otras mil penitencias que contenía el juramento de aquel loco viejo del
marqués de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien que por
todos estos caminos no andan hombres armados sino arrieros y carreteros, que no sólo no traen
celadas, pero quizá no las han oído nombrar en todos los días de su vida. Engañaste en eso, dijo Don
Quijote, porque no habremos estado dos horas por estas encrucijadas, cuando veamos más armados
que los que vinieron sobre Albraca a la conquista de Angélica la Bella. Alto, pues; sea así, dijo
Sancho y a Dios prazga que nos suceda bien, y que se llegue ya el tiempo de ganar esa ínsula, que tan
cara me cuesta, y muérame yo luego. Ya te he dicho, Sancho, que no te dé eso cuidado alguno, que
cuando faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca, o el de Sobradisa, que te vendrán como anillo
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