Page 46 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Capítulo 10: De los graciosos razonamientos que pasaron entre D. Quijote y Sancho Panza su

                  escudero

                  Ya en este tiempo se había levantado Sancho Panza algo maltratado de los mozos de los frailes, y

                  había estado atento a la batalla de su señor Don Quijote, y rogaba a Dios en su corazón fuese servido
                  de darle victoria y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo había

                  prometido. Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que su amo volvía a subir sobre Rocinante,

                  llegó a tenerle el estribo, y antes que subiese se hincó de rodillas delante de él, y asiéndole de la

                  mano, se la besó y le dijo: sea vuestra merced servido, señor Don Quijote mío, de darme el gobierno

                  de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, yo me siento con
                  fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo. A lo

                  cual respondió Don Quijote: advertid, hermano Sancho, que esta aventura, y las a estas semejantes,

                  no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota

                  la cabeza, o una oreja menos; tened paciencia, que aventuras se ofrecerán, donde no solamente os

                  pueda hacer gobernador, sino más adelante. Agradecióselo mucho Sancho, y besándole otra vez la

                  mano y la falda de la loriga, le ayudó a subir sobre Rocinante, y él subió sobre su asno, y comenzó a

                  seguir a su señor, que a paso tirado, sin despedirse ni hablar más con las del coche, se entró por un
                  bosque que allí junto estaba. Seguíale Sancho a todo trote de su jumento; pero caminaba tanto

                  Rocinante, que, viéndose quedar atrás, le fue forzoso dar voces a su amo, que se aguardase. Hízolo

                  así Don Quijote, teniendo las riendas a Rocinante hasta que llegase su cansado escudero, el cual en

                  llegando le dijo: paréceme, señor, que sería acertado irnos a retraer a alguna iglesia, que, según

                  quedó maltrecho aquel con quien combatisteis, no será mucho que den noticia del caso a la Santa

                  Hermandad, y nos prendan; y a fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cárcel, que nos
                  ha de sudar el hopo. Calla, dijo Don Quijote. ¿Y dónde has visto tú o leído jamás que caballero

                  andante haya sido puesto ante la justicia, por más homicidios que haya cometido? Yo no sé nada de

                  omecillos, respondió Sancho, ni en mi vida le caté a ninguno; sólo sé que la Santa Hermandad tiene

                  que ver con los que pelean en el campo, y en esotro no me entremeto. Pues no tengas pena, amigo,



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