Page 45 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenía guardado, torció la espada de su

                  contrario, de modo que aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño qeu

                  desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja,

                  que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy maltrecho. ¡Válame Dios, y quién

                  será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazón de nuestro
                  manchego, viéndose parar de aquella manera! No se diga más, sino que fue de manera que se alzó

                  de nuevo en los estribos, y apretando más la espada en las dos manos, con tal



                  furia descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que sin

                  ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó a echar sangre por las
                  narices, y por la boca, y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera sin

                  duda, si no se abrazara con el cuello; pero con todo eso sacó los pies de los estribos, y luego soltó los

                  brazos, y la mula espantada del terrible golpe dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con

                  su dueño en tierra. Estábaselo con mucho sosiego mirando Don Quijote, y como lo vio caer, saltó de

                  su caballo y con mucha ligereza se llegó a él, y poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo

                  que se rindiese; si no, que le cortaría la cabeza. Estaba el vizcaíno tan turbado que no podía

                  responder palabra, y él lo pasara mal, según estaba ciego Don Quijote, si las señoras del coche, que
                  hasta entonces con gran desmayo habían mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le

                  pidieran con mucho encarecimiento les hiciera tan grande merced y favor de perdonar la vida a

                  aquel su escudero; a lo cual Don Quijote respondió con mucho entono y gravedad: por cierto,

                  fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedís; mas ha de ser con una condición y

                  concerto, y es que este caballero ma ha de prometer de ir al lugar del Toboso, y presentarse de mi

                  parte ante la sin par doña Dulcinea, para que ella haga de él lo que más fuere de su voluntad. Las
                  temerosas y desconsoladas señoras, sin entrar en cuenta de lo que Don Quijote pedía, y sin

                  preguntar quién Dulcinea fuese, le prometieron que el escudero haría todo aquello que de su parte

                  le fuese mandado: pues en fe de esa palabra, yo no le haré más daño, puesto que me lo tenía bien

                  merecido.



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