Page 43 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía; vile con caracteres que

                  conocí ser arábigos, y puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía

                  por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante,

                  pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara. En fin, la suerte me deparó

                  uno, que diciéndole mi deseo, y poniéndole el libro en las manos le abrió por medio, y leyendo un
                  poco en él se comenzó a reír: preguntéle que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que

                  tenía aquel libro escrita en la margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él sin dejar la risa

                  dijo: está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: esta Dulcinea del Toboso, tantas veces, en

                  esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la

                  Mancha. Cuando yo oí decir Dulcinea del Toboso, quedé atónito y suspenso, porque luego se me
                  representó que aquellos cartapacios conteían la historia de Don Quijote. con esta imaginación le di

                  priesa que leyese el principio; y haciéndolo así, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo

                  que



                  decía: Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador

                  arábigo.

                  Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recibí cuando llegó a mis oídos el
                  título del libro; y salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por

                  medio real, que si él tuviera discreción, y supiera que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y

                  llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia

                  mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de Don Quijote, en lengua

                  castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos

                  arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente, y con mucha
                  brevedad, pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le traje a

                  mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda del mismo modo que aquí se refiere.

                  Estaba en el primer cartapacio pintada muy al natural la batalla de Don Quijote con el vizcaíno,

                  puestos en la misma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su



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