Page 41 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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halla! El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno,
todo fue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un solo golpe. El
vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, y determinó hacer lo
mismo que Don Quijote: y así le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a
una ni a otra parte, que ya de puro cansada, y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un paso.
Venía, pues, como se ha dicho, Don Quijote contra el cauto vizcaíno con la espada en alto, con
determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba asimismo, levantada la espada y
aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había
de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban, y la señora del coche y las demás
criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción
de España, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se
hallaban. Pero está el daño de todo esto, que en este punto y término deja el autor de esta historia
esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de Don Quijote, de las que deja
referidas. Bien es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia
estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la
Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que de este famoso
caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin de esta apacible
historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en el siguiente capítulo.
Capítulo 9: Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente
manchego tuvieron
Dejamos en el anterior capítulo al valeroso vizcaíno y al famoso Don Quijote con las espadas altas y
desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, tales que si en lleno se acertaban, por lo
menos se dividirían y henderían de arriba abajo, y abrirían como una granada, y que en aquel punto
tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde
se podría hallar lo que de ella faltaba. Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber
leido tan poco, se volvía en disgustos de pensar el mal camino que se ofrecía para hallar lo mucho
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