Page 40 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
P. 40
caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña Dulcinea del Toboso; y en
pago del beneficio que de mí habéis recibido o quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de
mi parte os presentéis ante esta señora, y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho. Todo esto
que Don Quijote decía, escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno;
el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la
vuelta al Toboso, se fue para Don Quijote, y asiéndole de la lanza le dijo en mala lengua castellana, y
peor vizcaína, de esta manera: anda, caballero, que mal andes; por el Dios que crióme, que si no
dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno. Entendióle muy bien Don Quijote, y con mucho
sosiego le respondió: si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y
atrevimiento, cautiva criatura. A lo cual replicó el vizcaíno: ¿yo no caballero? juro a Dios tan
mientes como cristiano; si lanza arrojas y espada sacas, el agua cuán presto verás que el gato llevas;
vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; y mientes, que mira si otra dices cosa.
Ahora lo veredes, dijo Agraves, respondió Don Quijote; y arrojando la lanza en el suelo, sacó su
espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida.
El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que por ser de las malas de
alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avínole bien
que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego
fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente quisiera ponerlos
en paz; mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones, que si no le dejaban
acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La
señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún
poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una
gran cuchillada a Don Quijote encima de un hombro por encima de la rodela, que a dársela sin
defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado
golpe, dio una gran voz, diciendo: ¡oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a
este vuestro caballero, que por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se
Portal Educativo EducaCYL
http://www.educa.jcyl.es