Page 441 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Por cierto, hermano cabrero, que si yo me hallara posibilitado de poder comenzar alguna aventura,
que luego luego me pusiera en camino porque vos la tuviérades buena; que yo sacara del
monesterio, donde, sin duda alguna, debe de estar contra su voluntad, a Leandra, a pesar de la
abadesa y de cuantos quisieran estorbarlo, y os la pusiera en vuestras manos, para que hiciérades
della a toda vuestra voluntad y talante, guardando, pero, las leyes de la caballería, que mandan que a
ninguna doncella se le sea fecho desaguisado alguno; aunque yo espero en Dios nuestro Señor que
no ha de poder tanto la fuerza de un encantador malicioso, que no pueda más la de otro encantador
mejor intencionado, y para entonces os prometo mi favor y ayuda, como me obliga mi profesión,
que no es otra si no es favorecer a los desvalidos y menesterosos.
Miróle el cabrero, y como vio a don Quijote de tan mal pelaje y catadura, admiróse, y preguntó al
barbero, que cerca de sí tenía:
-Señor, ¿quién es este hombre, que tal talle tiene y de tal manera habla?
-¿Quién ha de ser -respondió el barbero- sino el famoso don Quijote de la Mancha. desfacedor de
agravios, enderezador de entuertos, el amparo de las doncellas, el asombro de los gigantes y el
vencedor de las batallas?
-Eso me semeja -respondió el cabrero- a lo que se lee en los libros de caballeros andantes, que
hacían todo eso que de este hombre vuestra merced dice; puesto que para mi tengo, o que vuestra
merced se burla, o que este gentilhombre debe de tener vacíos los aposentos de la cabeza.
-Sois un grandísimo bellaco -dijo a esta sazón don Quijote-, y vos sois el vacío y el menguado; que yo
estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió.
Y diciendo y haciendo, arrebató de un pan que junto a si tenía, y dio con él al cabrero en todo el
rostro, con tanta furia, que la remachó las narices; mas el cabrero, que no sabía de burlas, viendo
con cuántas veras le maltrataban, sin tener respeto a la alhombra, ni a los manteles, ni a todos
aquellos que comiendo estaban, saltó sobre don Quijote y, asiéndole del cuello con entrambas
manos, no dudara de ahogalle, si Sancho Panza no llegara en aquel punto, y le asiera por las
espaldas, y diera con él encima de la mesa, quebrando platos, rompiendo tazas y derramando y
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