Page 437 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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hija bien empleada; y, por salir desta confusión, determinó decírselo a Leandra, que así se llamaba
la rica que en miseria me tiene puesto, advirtiendo que, pues los dos éramos iguales, era bien dejar a
la voluntad de su querida hija el escoger a su gusto; cosa digna de imitar de todos los padres que a
sus hijos quieren poner en estado. No digo yo que los dejen escoger en cosas ruines y malas, sino
que se las propongan buenas, y de las buenas, que escojan a su gusto. No sé yo el que tuvo Leandra;
sólo sé que el padre nos entretuvo a entrambos con la poca edad de su hija y con palabras generales,
que ni le obligaban, ni nos desobligaban tampoco. Llámase mi competidor Anselmo, y yo Eugenio,
porque vais con noticia de los nombres de las personas que en esta tragedia se contienen, cuyo fin
aún está pendiente; pero bien se deja entender que ha de ser desastrado.
En esta sazón vino a nuestro pueblo un Vicente de la Roca, hijo de un pobre labrador del mismo
lugar; el cual Vicente venia de las Italias y de otras diversas partes, de ser soldado. Llevóle de
nuestro lugar, siendo muchacho de hasta doce años, un capitán que con su compañía por allí acertó
a pasar, y volvió el mozo de allí a otros doce, vestido a la soldadesca, pintado con mil colores, lleno
de mil dijes de cristal y sutiles cadenas de acero. Hoy se ponía una gala y mañana otra; pero todas
sutiles, pintadas, de poco peso y menos tomo. La gente labradora, que de suyo es maliciosa, y
dándole el ocio lugar es la misma malicia, lo notó, y contó punto por punto sus galas y preseas, y
halló que los vestidos eran tres, de diferentes colores, con sus ligas y medias; pero él hacia tantos
guisados e invenciones dellos, que si no se los contaran, hubiera quien jurara que había hecho
muestra de más de diez pares de vestidos y de más de veinte plumajes. Y no parezca impertinencia y
demasía esto que de los vestidos voy contando, porque ellos hacen una buena parte en esta historia.
Sentábase en un poyo que debajo de un gran álamo está en nuestra plaza, y allí nos tenía a todos la
boca abierta, pendientes de las hazañas que nos iba contando. No había tierra en todo el orbe que no
hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado; había muerto más moros que tiene Marruecos
y Túñez, y entrado en más singulares desafíos, según él decía, que Gante y Luna, Diego García de
Paredes y otros mil que nombraba; y de todos había salido con vitoria, sin que le hubiesen
derramado una sola gota de sangre. Por otra parte, mostraba señales de heridas que, aunque no se
divisaban, nos hacia entender que eran arcabuzazos dados en diferentes rencuentros y faciones.
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