Page 438 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Finalmente, con una no vista arrogancia, llamaba de vos a sus iguales y a los mismos que le
conocían, y decía que su padre era su brazo, su linaje sus obras, y que debajo de ser soldado, al
mismo rey no debía nada. Añadiósele a estas arrogancias ser un poco músico y tocar una guitarra a
lo
rasgado, de manera que decían algunos que la hacia hablar; pero no pararon aquí sus gracias; que
también la tenía de poeta, y así, de cada niñería que pasaba en el pueblo componía un romance de
legua y media de escritura.
Este soldado, pues, que aquí he pintado, este Vicente de la Roca, este bravo, este galán, este músico,
este poeta fue visto y mirado muchas veces de Leandra, desde una ventana de su casa que tenía la
vista a la plaza. Enamoróla el oropel de sus vistosos trajes; encantáronla sus romances, que de cada
uno que componía daba veinte traslados; llegaron a sus oídos las hazañas que él de si mismo había
referido, y, finalmente, que así el diablo lo debía tener ordenado, ella se vino a enamorar dél, antes
que en él naciese presunción de solicitalla. Y como en los casos de amor no hay ninguno que con
más facilidad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la dama, con facilidad se
concertaron Leandra y Vicente, y primero que alguno de sus muchos pretendientes cayese en la
cuenta de su deseo, ya ella le tenía cumplido, habiendo dejado la casa de su querido y amado padre,
que madre no la tiene, y ausentándose de la aldea con el soldado, que salió con más triunfo desta
empresa que de todas las muchas que él se aplicaba. Admiró el suceso a toda la aldea, y aun a todos
los que dél noticia tuvieron; yo quedé suspenso, Anselmo atónito, el padre triste, sus parientes
afrentados, solícita la justicia, los cuadrilleros listos; tomáronse los caminos, escudriñáronse los
bosques y cuanto había, y al cabo de tres días hallaron a la antojadiza Leandra en una cueva de un
monte, desnuda en camisa, sin muchos dineros y preciosísimas joyas que de su casa había sacado.
Volviéronla a la presencia del lastimado padre; preguntáronle su desgracia; confesó sin apremio que
Vicente de la Roca la había engañado, y debajo de su palabra de ser su esposo la persuadió que
dejase la casa de su padre; que él la llevaría a la más rica y más viciosa ciudad que había en todo el
universo mundo, que era Nápoles; y que ella, mal advertida y peor engañada, le había creído; y,
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