Page 439 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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robando a su padre, se le entregó la misma noche que había faltado; y que él la llevó a un áspero

                  monte, y la encerró en aquella cueva donde la habían hallado. Contó también cómo el soldado, sin

                  quitalle su honor, le robó cuanto tenía, y la dejó en aquella cueva, y se fue: suceso que de nuevo puso

                  en admiración a todos. Duro se nos hizo de creer la continencia del mozo; pero ella lo afirmó con

                  tantas veras, que fueron parte para que el desconsolado padre se consolase, no haciendo cuenta de
                  las riquezas que le llevaban, pues le habían dejado a su hija con la joya que, si una vez se pierde, no

                  deja esperanza de que jamás se cobre. El mismo día que pareció Leandra la desapareció su padre de

                  nuestros ojos, y la llevó a encerrar en un monesterio de una villa que está aquí cerca, esperando que

                  el tiempo gaste alguna parte de la mala opinión en que su hija se puso. Los pocos años de Leandra

                  sirvieron de disculpa de su culpa, a lo menos con aquellos que no les iba algún interés en que ella
                  fuese mala o buena; pero los que conocían su discreción y mucho entendimiento no atribuyeron a

                  ignorancia su pecado, sino a su desenvoltura y a la natural inclinación de las mujeres, que, por la

                  mayor parte, suele ser desatinada y mal compuesta.


                  Encerrada Leandra, quedaron los ojos de Anselmo ciegos, a lo menos sin tener cosa que mirar que
                  contento le diese; los míos en tinieblas, sin luz que a ninguna cosa de gusto les encaminase; con la

                  ausencia de Leandra crecía nuestra tristeza, apocábase nuestra paciencia, maldecíamos las galas del

                  soldado y abominábamos del poco recato del padre de Leandra. Finalmente, Anselmo y yo nos

                  concertamos de dejar el aldea y venirnos a este valle, donde él apacentando una gran cantidad de

                  ovejas suyas proprias, y yo un numeroso rebaño de cabras, también mías, pasamos la vida entre los

                  árboles, dando vado a nuestras pasiones, o cantando juntos alabanzas o vituperios de la hermosa

                  Leandra, o suspirando solos y a solas comunicando con el cielo nuestras querellas. A imitación
                  nuestra, otros muchos de los pretendientes de Leandra se han venido a estos ásperos montes

                  usando el mismo ejercicio nuestro; y son tantos, que parece que este sitio se ha convertido en la

                  pastoral Arcadia, según está colmo de pastores y de apriscos, y no hay parte




                  en él donde no se oiga el nombre de la hermosa Leandra. Esta la maldice y la llama antojadiza, varia

                  y deshonesta; aquél la condena por fácil y ligera; tal la absuelve y perdona, y tal la justicia y

                                             Portal Educativo EducaCYL
                                              http://www.educa.jcyl.es
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