Page 445 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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defenderse, y aun ofender, si pudiesen, a sus acometedores; pero la fortuna lo hizo mejor que se

                  pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre

                  él el más doloroso y risueño llanto del mundo, creyendo que estaba muerto.

                  El cura fue conocido de otro cura que en la procesión venía; cuyo conocimiento puso en sosiego el

                  concebido temor de los dos escuadrones. El primer cura dio al segundo, en dos razones, cuenta de

                  quién era don Quijote, y así él como toda la turba de los diciplinantes fueron a ver si estaba muerto

                  el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con lágrimas en los ojos decía:

                  -¡Oh flor de la caballería, que con sólo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados

                  años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual,

                  faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías!

                  ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenias dada la

                  mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes,
                  acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de

                  los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!




                  Con las voces y gemidos de Sancho revivió don Quijote, y la primer palabra que dijo fue:


                  -El que de vos vive ausente, dulcísima Dulcinea, a mayores miserias que éstas está sujeto. Ayúdame,

                  Sancho amigo, a ponerme sobre el carro encantado; que ya no estoy para oprimir la silla de
                  Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos.


                  -Eso haré yo de muy buena gana, señor mío -respondió Sancho-, y volvamos a mi aldea, en

                  compañía destos señores que su bien desean, y allí daremos orden de hacer otra salida que nos sea

                  de más provecho y fama.

                  -Bien dices, Sancho -respondió don Quijote-, y será gran prudencia dejar pasar el mal influjo de las

                  estrellas que agora corre.

                  El canónigo y el cura y barbero le dijeron que haría muy bien en hacer lo que decía; y así, habiendo

                  recebido grande gusto de las simplicidades de Sancho Panza, pusieron a don Quijote en el carro,

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