Page 440 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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vitupera; uno celebra su hermosura, otro reniega de su condición, y, en fin, todos la deshonran, y

                  todos la adoran, y de todos se extiende a tanto la locura, que hay quien se queje de desdén sin

                  haberla jamás hablado, y aun quien se lamente y sienta la rabiosa enfermedad de los celos, que ella

                  jamás dio a nadie, porque, como ya tengo dicho, antes se supo su pecado que su deseo. No hay

                  hueco de peña, ni margen de arroyo, ni sombra de árbol que no esté ocupada de algún pastor que
                  sus desventuras a los aires cuente: el eco repite el nombre de Leandra dondequiera que pueda

                  formarse; Leandra resuenan los montes, Leandra murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene a

                  todos suspensos y encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin saber de qué tememos.

                  Entre estos disparatados, el que muestra que menos y más juicio tiene es mi competidor Anselmo, el

                  cual, teniendo tantas otras cosas de que quejarse, sólo se queja de ausencia; y al son de un rabel, que
                  admirablemente toca, con versos donde muestra su buen entendimiento, cantando se queja. Yo sigo

                  otro camino más fácil, y a mi parecer el más acertado, que es decir mal de la ligereza de las mujeres,

                  de su inconstancia, de su doble trato, de sus promesas muertas, de su fe rompida, y, finalmente, del

                  poco discurso que tienen en saber colocar sus pensamientos e intenciones. Y ésta fue la ocasión,

                  señores, de las palabras y razones que dije a esta cabra cuando aquí llegué; que por ser hembra la

                  tengo en poco, aunque es la mejor de todo mi apero. Esta es la historia que prometí contaros. Si he

                  sido en el contarla prolijo, no seré en serviros corto; cerca de aquí tengo mi majada, y en ella tengo
                  fresca leche y muy sabrosísimo queso, con otras varias y sazonadas frutas, no menos a la vista que al

                  gusto agradables.


                  Capítulo 52: De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los

                  deceplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor

                  General gusto causó el cuento del cabrero a todos los que escuchado le habían; especialmente le

                  recibió el canónigo, que con extraña curiosidad notó la manera con que le había contado, tan lejos

                  de parecer rústico cabrero cuan cerca de mostrarse discreto cortesano; y así, dijo que había dicho

                  muy bien el cura en decir que los montes criaban letrados. Todos se ofrecieron a Eugenio; pero el
                  que más se mostró liberal en esto fue don Quijote, que le dijo:




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