Page 436 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Recuéstate junto a mí, Manchada; que tiempo nos queda para volver a nuestro apero.


                  Parece que lo entendió la cabra, porque en sentándose su dueño, se tendió ella junto a él con mucho
                  sosiego, y mirándole al rostro daba a entender que estaba atenta a lo que el cabrero iba diciendo; el

                  cual comenzó su historia desta manera:


                  Capítulo 51: Que trata de lo que contó el cabrero a todos los que llevaban a don Quijote

                  -Tres leguas deste valle está una aldea que, aunque pequeña, es de las más ricas que hay en todos

                  estos contornos; en la cual había un labrador muy honrado, y tanto, que aunque es anexo al ser rico

                  el ser honrado, más lo era él por la virtud que tenía que por la riqueza que alcanzaba. Mas lo que le

                  hacía más dichoso, según él decía, era tener una hija de tan extremada hermosura, rara discreción,

                  donaire y virtud, que el que la conocía y la miraba, se admiraba de ver las extremadas partes con que
                  el cielo y la naturaleza la habían enriquecido. Siendo niña fue hermosa, y siempre fue creciendo en

                  belleza, y en la edad de diez y seis años fue hermosísima. La fama de su belleza se comenzó a

                  extender por todas las circunvecinas aldeas;




                  ¿qué digo yo por las circunvecinas no más, si se extendió a las apartadas ciudades, y aun se entró

                  por las salas de los reyes, y por los oídos de todo género de gente, que como a cosa rara, o como a

                  imagen de milagros, de todas partes a verla venían? Guardábala su padre, y guardábase ella; que no

                  hay candados, guardas ni cerraduras que mejor guarden a una doncella que las del recato proprio.

                  La riqueza del padre y la belleza de la hija movieron a muchos, así del pueblo como forasteros, a que

                  por mujer se la pidiesen; mas él, como a quien tocaba disponer de tan rica joya, andaba confuso, sin

                  saber determinarse a quién la entregaría de los infinitos que le importunaban. Y entre los muchos

                  que tan buen deseo tenían, fui yo uno, a quien dieron muchas y grandes esperanzas de buen suceso
                  conocer que el padre conocía quién yo era, el ser natural del mismo pueblo, limpio en sangre, en la

                  edad floreciente, en la hacienda muy rico y en el ingenio no menos acabado.


                  Con todas estas mismas partes la pidió también otro del mismo pueblo, que fue causa de suspender

                  y poner en balanza la voluntad del padre, a quien parecía que con cualquiera de nosotros estaba su

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