Page 444 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Quijote, la flaqueza de Rocinante y otras circunstancias de risa que notó y descubrió en don Quijote,

                  le respondió diciendo:

                  -Señor hermano, si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las

                  carnes, y no podemos, ni es razón que nos detengamos a oír cosa alguna, si ya no es tan breve, que

                  en dos palabras se diga.


                  -En una lo diré -replicó don Quijote-, y es ésta: que luego al punto dejéis libre a esa hermosa señora,
                  cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad y que algún

                  notorio desaguisado le habedes fecho; y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes agravios,

                  no consentiré que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece.


                  En estas razones, cayeron todos los que las oyeron que don Quijote debía de ser algún hombre loco,
                  y tomáronse a reír muy de gana; cuya risa fue poner pólvora a la cólera de don Quijote, porque, sin

                  decir más palabra, sacando la espada, arremetió a las andas. Uno de aquellos que las llevaban,

                  dejando la carga a sus compañeros, salió al encuentro de don Quijote, enarbolando una horquilla o

                  bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaba; y recibiendo en ella una gran

                  cuchillada que le tiró don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el último tercio, que le quedó en

                  la mano, dio tal golpe a don Quijote encima de un hombro, por el mismo lado de la espada, que no
                  pudo cubrir el adarga contra villana fuerza, que el pobre don Quijote vino al suelo muy mal parado.


                  Sancho Panza, que jadeando le iba a los alcances, viéndole caído dio voces a su moledor que no le

                  diese otro palo, porque era un pobre caballero encantado, que no había hecho mal a nadie en todos

                  los días de su vida. Mas lo que detuvo al villano no fueron las voces de Sancho, sino el ver que don
                  Quijote no bullía pie ni mano; y así, creyendo que le había muerto, con priesa se alzó la túnica a la

                  cinta, y dio a huir por la campaña como un gamo.


                  Ya en esto llegaron todos los de la compañía de don Quijote adonde él estaba; mas los de la
                  procesión, que los vieron venir corriendo, y con ellos los cuadrilleros con sus ballestas, temieron

                  algún mal suceso, y hiciéronse todos un remolino alrededor de la imagen; y alzados los capirotes,

                  empuñando las diciplinas, y los clérigos los ciriales, esperaban el asalto con determinación de



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