Page 446 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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como antes venia. La procesión volvió a ordenarse y a proseguir su camino; el cabrero se despidió de

                  todos; los cuadrilleros no quisieron pasar adelante, y el cura les pagó lo que se les debía. El canónigo

                  pidió al cura le avisase el suceso de don Quijote, si sanaba de su locura, o si proseguía en ella, y con

                  esto, tomó licencia para seguir su viaje. En fin, todos se dividieron y apartaron, quedando solos el

                  cura y barbero, don Quijote y Panza y el bueno de Rocinante, que a todo lo que había visto estaba
                  con tanta paciencia como su amo.


                  El boyero unció sus bueyes y acomodó a don Quijote sobre un haz de heno, y con su acostumbrada

                  flema siguió el camino que el cura quiso, y a cabo de seis días llegaron a la aldea de don Quijote,
                  adonde entraron en la mitad del día, que acertó a ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza,

                  por mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote. Acudieron todos a ver lo que en el carro venia,

                  y cuando conocieron a su compatrioto, quedaron maravillados, y un muchacho acudió corriendo a

                  dar las nuevas a su ama y a su sobrina de que su tío y su señor venia flaco y amarillo, y tendido sobre

                  un montón de heno y sobre un carro de bueyes. Cosa de lástima fue oír los gritos que las dos buenas

                  señoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron a los malditos
                  libros de caballerías, todo lo cual se renovó cuando vieron entrar a don Quijote por sus puertas.


                  A las nuevas desta venida de don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido que

                  había ido con él sirviéndole de escudero, y así como vio a Sancho, lo primero que le preguntó fue

                  que si venia bueno el asno. Sancho respondió que venia mejor que su amo.

                  -Gracias sean dadas a Dios -replicó ella-, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo:

                  ¿Qué bien habéis sacado de vuestras escuderías? ¿Qué saboyana me traéis a mi? ¿Qué zapaticos a

                  vuestros hijos?

                  -No traigo nada deso -dijo Sancho-, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y

                  consideración.

                  -Deso recibo yo mucho gusto –respondió la mujer-: mostradme esas cosas de más consideración y

                  más momento, amigo mío; que las quiero ver, para que se me alegre este corazón, que tan triste y

                  descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.



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