Page 434 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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prado, a la sombra de unos árboles se sentaron, y comieron allí, porque el boyero no perdiese la
comodidad de aquel sitio, como queda dicho. Y estando comiendo, a deshora oyeron un recio
estruendo y un son de esquila, que por entre unas zarzas y espesas matas que allí junto estaban
sonaba, y al mesmo instante vieron salir de entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel
manchada de negro, blanco y pardo. Tras ella venia un cabrero dándole voces, y diciéndole palabras
a su uso, para que se detuviese, o al rebaño volviese. La fugitiva cabra, temerosa y despavorida, se
vino a la gente, como a favorecerse della, y allí se detuvo. Llegó el cabrero, y asiéndola de los
cuernos, como si fuera capaz de discurso y entendimiento, le dijo:
-¡Ah, cerrera, cerrera, Manchada, Manchada, y cómo andáis vos estos días de pie cojo! ¿Qué lobos
os espantan, hija? ¿No me diréis qué es esto, hermosa? Mas ¡qué puede ser sino que sois hembra, y
no podéis estar sosegada; que mal haya vuestra condición, y la de todas aquellas a quien imitáis!
Volved, volved, amiga; que si no tan contenta, a lo menos estaréis más segura en vuestro aprisco, o
con vuestras compañeras; que si vos que las habéis de guardar y encaminar andáis tan sin guía y tan
descaminada, ¿en qué podrán parar ellas?
Contento dieron las palabras del cabrero a los que las oyeron, especialmente al canónigo, que le
dijo:
-Por vida vuestra, hermano, que os soseguéis un poco, y no os acuciéis en volver tan presto esa cabra
a su rebaño: que pues ella es hembra, como vos decís, ha de seguir su natural distinto, por más que
vos os pongáis a estorbarlo. Tomad este bocado, y bebed una vez, con que templaréis la cólera, y en
tanto, descansará la cabra.
Y el decir esto y el darle con la punta del cuchillo los lomos de un conejo fiambre todo fue uno.
Tomólo y agradeciólo el cabrero; bebió y sosegóse, y luego dijo:
-No querría que por haber yo hablado con esta alimaña tan en seso, me tuviesen vuestras mercedes
por hombre simple; que en verdad que no carecen de misterio las palabras que le dije. Rústico soy;
pero no tanto, que no entienda cómo se ha de tratar con los hombres y con las bestias.
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