Page 39 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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mitad del camino por donde los frailes venían, y en llegando tan cerca que a él le pareció que le

                  podían oír lo que dijese, en alta voz dijo: gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las

                  altas princesas que en ese coche lleváis forzadas, si no, aparejáos a recibir presta muerte por justo

                  castigo de vuestras malas obras. Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la

                  figura de Don Quijote, como de sus razones; a las cuales respondieron: señor caballero, nosotros no
                  somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito, que vamos a nuestro

                  camino, y no sabemos si en este coche vienen o no ningunas forzadas princesas. Para conmigo no

                  hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla, dijo Don Quijote. Y sin esperar más

                  respuesta, picó a Rocinante, y la lanza baja arremetió contra el primer fraile con tanta furia y

                  denuedo, que si el fraile no se dejara caer de la mula, él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y
                  aun mal ferido si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su

                  compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenzó a correr por aquella campaña más

                  ligero que el mismo viento. Sancho Panza que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su

                  asno, arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes, y

                  preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él

                  legítimamente, como despojos de la batalla que su señor Don Quijote había ganado. Los mozos, que

                  no sabían de burla, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya Don Quijote estaba
                  desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Sancho, y dieron con él

                  en el suelo; y sin dejarle pelo en las barbas le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin

                  aliento ni sentido: y sin detenerse un punto, tornó a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin

                  color en el rostro y cuando se vio a caballo picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le

                  estaba aguardando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y sin querer aguardar el fin de todo

                  aquel comenzado suceso, siguieron su camino haciéndose más cruces que si llevaran el diablo a las
                  espaldas. Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole: la

                  vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniera en talante, porque ya

                  la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo derribada por este mi fuerte brazo; y porque no

                  penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo Don Quijote de la Mancha,



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