Page 426 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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mundo aquella infinidad de Amadises, y aquella turbamulta de tanto famoso caballero, tanto

                  emperador de Trapisonda, tanto Felixmarte de Hircania, tanto palafrén, tanta doncella andante,

                  tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de

                  encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas

                  princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto
                  requiebro, tantas mujeres valientes, y, finalmente, tantos y tan disparatados casos como los libros

                  de caballerías contienen? De mí sé decir que cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación

                  en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero cuando caigo en la

                  cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego, si cerca o

                  presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros, y fuera del
                  trato que pide la común naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida,

                  y como a quien da ocasión que el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas

                  necedades como contienen. Y aun tienen tanto atrevimiento, que se atreven a turbar los ingenios de

                  los discretos y bien nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con vuestra merced han

                  hecho, pues le han traído a términos, que sea forzoso encerrarle en una jaula, y traerle sobre un

                  carro de bueyes, como quien trae o lleva algún león o algún tigre de lugar en lugar, para ganar con él

                  dejando que le vean. ¡Ea, señor don Quijote, duélase de sí mismo, y redúzgase al gremio de la
                  discreción, y sepa usar de la mucha que el cielo fue servido de darle, empleando el felicísimo talento

                  de su ingenio en otra letura que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su

                  honra! Y si todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de hazañas y de caballerías,

                  lea en la Sacra Escritura el de los Jueces; que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan

                  verdaderos como valientes. Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Aníbal, Cartago; un

                  Alejandro, Grecia; un Conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernández,
                  Andalucía; un Diego García de Paredes, Extremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un

                  Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya leción de sus valerosos hechos puede

                  entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren. Esta sí será letura

                  digna del buen entendimiento de vuestra merced, señor don Quijote mío, de la cual saldrá erudito



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