Page 424 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-Verdad dices, Sancho -respondió don Quijote-; pero ya te he dicho que hay muchas maneras de
encantamentos, y podría ser que con el tiempo se hubiesen mudado de unos en otros, y que agora se
use que los encantados hagan todo lo que yo hago, aunque antes no lo hacían. De manera, que
contra el uso de los tiempos no hay que argüir ni de qué hacer consecuencias. Yo sé y tengo para mí
que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia; que la formaría muy grande
si yo pensase que no estaba encantado y me dejase estar en esta jaula perezoso y cobarde,
defraudando el socorro que podría dar a muchos menesterosos y necesitados que de mi ayuda y
amparo deben tener a la hora de ahora precisa y extrema necesidad.
-Pues, con todo eso -replicó Sancho-, digo que para mayor abundancia y satisfación, sería bien que
vuestra merced probase a salir desta cárcel, que yo me obligo con todo mi poder a facilitarlo, y aun a
sacarle della, y probase de nuevo a subir sobre su buen Rocinante, que también parece que va
encantado, según va de melancólico y triste; y, hecho esto, probásemos otra vez la suerte de buscar
más aventuras; y si no nos sucediese bien, tiempo nos queda para volvemos a la jaula, en la cual
prometo, a la ley de buen y leal escudero, de encerrarme juntamente con vuestra merced, sí acaso
fuere vuestra merced tan desdichado, o yo tan simple, que no acierte a salir con lo que digo.
-Yo soy contento de hacer lo que dices, Sancho hermano -replicó don Quijote-; y cuando tú veas
coyuntura de poner en obra mi libertad, yo te obedeceré en todo y por todo; pero tú, Sancho, verás
cómo te engañas en el conocimiento de mi desgracia.
En estas pláticas se entretuvieron el caballero andante y el mal andante escudero, hasta que llegaron
donde, ya apeados, los aguardaban el cura, el canónigo y el barbero. Desunció luego los bueyes de la
carreta el boyero, y dejólos andar a sus anchuras por aquel verde y apacible sitio, cuya frescura
convidaba a quererla gozar, no a las personas tan encantadas como don Quijote, sino a los tan
advertidos y discretos como su escudero; el cual rogó al cura que permitiese que su señor saliese por
un rato de la jaula, porque si no lo dejaban salir, no iría tan limpia aquella prisión como requería la
decencia de un tal caballero como su amo. Entendióle el cura, y dijo que de muy buena gana haría lo
que le pedía, si no temiera que en viéndose su señor en libertad había de hacer de las suyas, y irse
donde jamás gentes le viesen.
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