Page 420 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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los discretos y bien nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con vuestra merced han

                  hecho, pues le han traído a términos, que sea forzoso encerrarle en una jaula, y traerle sobre un

                  carro de bueyes, como quien trae o lleva algún león o algún tigre de lugar en lugar, para ganar con él

                  dejando que le vean. ¡Ea, señor don Quijote, duélase de sí mismo, y redúzgase al gremio de la

                  discreción, y sepa usar de la mucha que el cielo fue servido de darle, empleando el felicísimo talento
                  de su ingenio en otra letura que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su

                  honra! Y si todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de hazañas y de caballerías,

                  lea en la Sacra Escritura el de los Jueces; que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan

                  verdaderos como valientes. Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Aníbal, Cartago; un

                  Alejandro, Grecia; un Conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernández,
                  Andalucía; un Diego García de Paredes, Extremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un

                  Garcilaso, Toledo; un don Manuel de León, Sevilla, cuya leción de sus valerosos hechos puede

                  entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren. Esta sí será letura

                  digna del buen entendimiento de vuestra merced, señor don Quijote mío, de la cual saldrá erudito

                  en la historia, enamorado de la virtud, enseñado en la bondad, mejorado en las costumbres, valiente

                  sin temeridad, osado sin cobardía, y todo esto, para honra de Dios, provecho suyo y fama de la

                  Mancha, do, según he sabido, trae vuestra merced su principio y origen.



                  Atentísimamente estuvo don Quijote escuchando las razones del canónigo; y cuando vio que ya

                  había puesto fin a ellas, después de haberle estado un buen espacio mirando, le dijo:


                  -Paréceme, señor hidalgo, que la plática de vuestra merced se ha encaminado a querer darme a

                  entender que no ha habido caballeros andantes en el mundo, y que todos los libros de caballerías
                  son falsos, mentirosos, dañadores e inútiles para la república, y que yo he hecho mal en leerlos, y

                  peor en creerlos, y más mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la durísima profesión de la

                  caballería andante, que ellos enseñan, negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de

                  Gaula ni de Grecia, ni todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas.

                  -Todo es al pie de la letra como vuestra merced lo va relatando -dijo a esta sazón el canónigo.

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