Page 36 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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habéis de pagar. Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea,

                  pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre,

                  arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y

                  dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos,

                  llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió
                  Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear,

                  tal fue el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! dijo Sancho; ¿no le dije yo a vuestra merced

                  que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien

                  llevase otros tales en la cabeza? Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la

                  guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad,
                  que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos

                  por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han

                  de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada. Dios lo haga como puede, respondió

                  Sancho Panza. Y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado

                  estaba; y hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del puerto Lápice, porque allí decía

                  Don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy

                  pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza y diciéndoselo a su escudero, dijo:
                  yo me acuerdo haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele

                  en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales

                  cosas aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él, como sus

                  descendientes, se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y Machuca. Hete dicho esto, porque

                  de la primera encina o roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco tal y bueno como aquel,

                  que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber
                  merecido venir a verlas, y aser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas. A la mano de Dios,

                  dijo Sancho, yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece

                  que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída. Así es





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