Page 403 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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os he fecho, que de voluntad y a sabiendas jamás le di a nadie, y rogad a Dios me saque destas

                  prisiones, donde algún mal intencionado encantador me ha puesto; que si de ellas




                  me veo libre, no se me caerán de la memoria las mercedes que en este castillo me habedes fecho,

                  para gratificallas, servillas y recompensallas como ellas merecen.

                  En tanto que las damas del castillo esto pasaban con don Quijote, el cura y el barbero se despidieron

                  de don Femando y sus camaradas, y del capitán y de su hermano y todas aquellas contentas señoras,

                  especialmente de Dorotea y Luscinda. Todos se abrazaron, y quedaron de darse noticias de sus

                  sucesos, diciendo don Fernando al cura dónde había de escribirle para avisarle en lo que paraba don

                  Quijote, asegurándole que no habría cosa que más gusto le diese que saberlo; y que él, asimesmo le
                  avisaría de todo aquello que él viese que podría darle gusto, así de su casamiento como del bautismo

                  de Zoraida, y suceso de don Luis, y vuelta de Luscinda a su casa. El cura ofreció de hacer cuanto se

                  le mandaba, con toda puntualidad. Tornaron a abrazarse otra vez, y otra vez tornaron a nuevos

                  ofrecimientos.

                  El ventero se llegó al cura y le dio unos papeles, diciéndole que los había hallado en un aforro de la

                  maleta donde se halló la Novela del Curioso impertinente, y que pues su dueño no había vuelto más

                  por allí, que se los llevase todos; que, pues él no sabia leer, no los quería. El cura se lo agradeció, y

                  abriéndolos luego, vio que al principio del escrito decía: Novela de Rinconete y Cortadillo, por

                  donde entendió ser alguna novela, y coligió, que, pues la del Curioso impertinente había sido buena,

                  que también lo sería aquélla, pues podría ser fuesen todas de un mesmo antor; y así, la guardó, con
                  prosupuesto de leerla cuando tuviese comodidad.


                  Subió a caballo, y también su amigo el barbero, con sus antifaces, porque no fuesen luego conocidos

                  de don Quijote, y pusiéronse a caminar tras el carro. Y la orden que llevaban era ésta: iba primero el
                  carro, guiándole su dueño; a los dos lados iban los cuadrilleros, como se ha dicho, con sus

                  escopetas; seguía luego Sancho Panza sobre su asno, llevando de rienda a Rocinante; detrás de todo

                  esto iban el cura y el barbero sobre sus poderosas mulas, cubiertos los rostros, como se ha dicho,



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