Page 406 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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personas que los encantados ni comen, ni duermen, ni hablan, y mi amo, si no le van a la mano,
hablará más que treinta procuradores.
Y volviéndose a mirar al cura, prosiguió diciendo:
-¡Ah señor cura, señor cura! ¿Pensaba vuestra merced que no le conozco, y pensara que yo no calo y
adivino adónde se encaminan estos nuevos encantamentos? Pues sepa que le conozco, por más que
se encubra el rostro, y
sepa que le entiendo, por más que disimule sus embustes. En fin, donde reina la envidia no puede
vivir la virtud, ni adonde hay escaseza la liberalidad. ¡Mal haya el diablo; que si por su reverencia no
fuera, ésta fuera ya la hora que mi señor estuviera casado con la infanta Micomicona, y yo fuera
conde, por lo menos, pues no se podía esperar otra cosa, así de la bondad de mi señor el de la Triste
Figura como de la grandeza de mis servicios! Pero ya veo que es verdad lo que se dice por ahí, que la
rueda de la Fortuna anda más lista que una rueda de molino, y que los que ayer estaban en
pinganitos, hoy están por el suelo. De mis hijos y de mi mujer me pesa; pues cuando podían y
debían esperar ver entrar a su padre por sus puertas hecho gobernador o visorrey de alguna ínsula o
reino, le verán entrar hecho mozo de caballos. Todo esto que he dicho, señor cura, no es más de por
encarecer a su paternidad haga conciencia del mal tratamiento que a mi señor se le hace, y mire
bien no le pida Dios en la otra vida esta prisión de mi amo, y se le haga cargo de todos aquellos
socorros y bienes que mi señor don Quijote deja de hacer en este tiempo que está preso.
-¡Adóbame esos candiles! -dijo a este punto el barbero-. ¿También vos, Sancho, sois de la cofradía
de vuestro amo? ¡Vive el Señor, que voy viendo que le habéis de tener compañía en la jaula, y que
habéis de quedar tan encantado como él, por lo que os toca de su humor y de su caballería! En mal
punto os empreñastes de sus promesas, y en mal hora se os entró en los cascos la ínsula que tanto
deseáis.
-Yo no estoy preñado de nadie –respondió Sancho-, ni soy hombre que me dejaría empreñar, del rey
que fuese, y aunque pobre, soy cristiano viejo, y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros
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