Page 399 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Hecho esto, con grandísimo silencio se entraron adonde él estaba durmiendo y descansando de las
pasadas refriegas. Llegáronse a él, que libre y seguro de tal acontecimiento dormía, y asiéndole
fuertemente, le ataron muy bien las manos y los pies, de modo que cuando él despertó con
sobresalto, no pudo menearse, ni hacer otra cosa más que admirarse y suspenderse de ver delante
de sí tan extraños visajes; y luego dio en la cuenta de lo que su continua y desvariada imaginación le
representaba, y se creyó que todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y
que, sin duda alguna, ya estaba encantado, pues no se podía menear ni defender, todo a punto como
había pensado que sucedería el cura, trazador desta máquina. Sólo Sancho, de todos los presentes,
estaba en su mesmo juicio y en su mesma figura; el cual aunque le faltaba bien poco para tener la
mesma enfermedad de su amo, no dejó de conocer quién eran todas aquellas contrahechas figuras;
mas no osó descoser su boca, hasta ver en qué paraba aquel asalto y prisión de su amo, el cual
tampoco hablaba palabra, atendiendo a ver el paradero de su desgracia; que fue que, trayendo allí la
jaula, lo encerraron dentro, y le clavaron los maderos tan fuertemente, que no se pudieran romper a
dos tirones.
Tomáronle luego en hombros, y al salir del aposento, se oyó una voz temerosa, todo cuanto la supo
formar el barbero, no el del albarda, sino el otro, que decía:
-¡Oh Caballero de la Triste Figura! No te dé afincamiento la prisión en que vas, porque así conviene
para acabar más presto la aventura en que tu gran esfuerzo te puso. La cual se acabará cuando el
furibundo león manchado con la blanca paloma tobosina yoguieren en uno, ya después de
humilladas las altas cervices al blando yugo matrimoñesco; de cuyo inaudito consorcio saldrán a la
luz del orbe los bravos cachorros, que imitarán las rumpantes garras del valeroso padre. Y esto será
antes que el seguidor de la fugitiva Ninfa faga dos vegadas la visita de las lucientes imágenes con su
rápido y natural curso. Y tú, ¡oh el más noble y obediente escudero que tuvo espada en cinta, barbas
en rostro y olfato en las narices!, no te desmaye ni descontente ver llevar ansí delante de tus ojos
mesmos a la flor de la caballería andante; que presto, si al plasmador del mundo le place, te verás
tan alto y tan sublimado, que no te conozcas, y no saldrán defraudadas las promesas que te ha fecho
tu buen señor. Y asegúrote, de parte de la sabia Mentironiana, que tu salario te sea pagado, como lo
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