Page 402 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Decía esto Sancho por don Fernando, que, como tan señor, debía de oler a lo que Sancho decía.


                  -No te maravilles deso, Sancho amigo -respondió don Quijote-; porque te hago saber que los diablos
                  saben mucho, y puesto que traigan olores consigo, ellos no huelen nada, porque son espíritus, y si

                  huelen, no pueden oler cosas buenas, sino malas y hediondas. Y la razón es que como ellos,

                  dondequiera que están, traen el infierno consigo, y no pueden recebir género de alivio alguno en sus

                  tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena;

                  y si a ti te parece que ese demonio que dices huele a ámbar, o tú te engañas, o él quiere engañarte

                  con hacer que no le tengas por demonio.

                  Todos estos coloquios pasaron entre amo y criado; y temiendo don Fernando y Cardenio que

                  Sancho no viniese a caer del todo en la cuenta de su invención, a quien andaba ya muy en los

                  alcances, determinaron de abreviar con la partida; y llamando aparte al ventero, le ordenaron que

                  ensillase a Rocinante y enalbardase el jumenta de Sancho; el cual lo hizo con mucha presteza.

                  Ya, en esto, el cura se había concertado con los cuadrilleros que le acompañasen hasta su lugar,

                  dándoles un tanto cada día. Colgó Cardenio del arzón de la silla de Rocinante, del un cabo la adarga

                  y del otro la bacía, y por señas mandó a Sancho que subiese en su asno y tomase de las riendas a

                  Rocinante, y puso a los dos lados del carro a los dos cuadrilleros con sus escopetas. Pero antes que
                  se moviese el carro, salió la ventera, su hija y Maritornes a despedirse de don Quijote, fingiendo que

                  lloraban de dolor de su desgracia; a quien don Quijote dijo:


                  -No lloréis, mis buenas señoras; que todas estas desdichas son anexas a los que profesan lo que yo

                  profeso; y si estas calamidades no me acontecieran, no me tuviera yo por famoso caballero andante;
                  porque a los caballeros de poco nombre y fama nunca les suceden semejantes casos, porque no hay

                  en el mundo quien se acuerde dellos. A los valerosos si; que tienen envidiosos de su virtud y valentía

                  a muchos príncipes y a muchos otros caballeros, que procuran por malas vías destruir a los buenos.

                  Pero, con todo eso, la virtud es tan poderosa, que por si sola, a pesar de toda la nigromancia que

                  supo su primer inventor Zoroastes, saldrá vencedora de todo trance, y dará de sí luz en el mundo

                  como la da el sol en el cielo. Perdonadme, fermosas damas, si algún desaguisado, por descuido mío,



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