Page 396 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-¡Ay, señor, señor, y cómo hay más mal en el aldegüela que se suena, con perdón sea dicho de las

                  tocadas honradas!

                  -¿Qué mal puede haber en ninguna aldea, ni en todas las ciudades del mundo, que pueda sonarse en

                  menoscabo mío, villano?


                  -Si vuestra merced se enoja –respondió Sancho-, yo callaré, y dejaré de decir lo que soy obligado

                  como buen escudero, y como debe un buen criado decir a su señor.

                  -Di lo que quisieres -replicó don Quijote-, como tus palabras no se encaminen a ponerme miedo;

                  que si tú le tienes, haces como quien eres; y si yo no le tengo, hago como quien soy.

                  -No es eso, ¡pecador fui yo a Dios! -respondió Sancho-; sino que yo tengo por cierto y por

                  averiguado que esta señora que se dice ser reina del gran reino Micomicón no lo es más que mi

                  madre; porque a ser lo que ella dice, no se anduviera hocicando con alguno de los que están en la

                  rueda, a vuelta de cabeza y a cada traspuesta.

                  Paróse colorada con las razones de Sancho Dorotea, porque era verdad que su esposo don

                  Fernando, alguna vez, a hurto de otros ojos, había cogido con los labios parte del premio que

                  merecían sus deseos (lo cual había visto Sancho, pareciéndole que aquella desenvoltura más era de

                  dama cortesana que de reina de tan gran reino), y no pudo ni quiso responder palabra a Sancho,

                  sino dejóle proseguir en su plática, y él fue diciendo:

                  -Esto digo, señor, porque si al cabo de haber andado caminos y carreras, y pasado malas noches y

                  peores días, ha de venir a coger el fruto de nuestros trabajos el que se está holgando en esta venta,

                  no hay para qué darme priesa a que ensille a Rocinante, albarde el jumento y aderece el palafrén,

                  pues será mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos.




                  ¡Oh, válame Dios, y cuán grande que fue el enojo que recibió don Quijote oyendo las descompuestas
                  palabras de su escudero! Digo que fue tanto, que, con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando

                  vivo fuego por los ojos, dijo:




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