Page 394 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Sosegadas, pues, estas dos pendencias, que eran las más principales y de más tomo, restaba que los
criados de don Luis se contentasen de volver los tres, y que el uno quedase para acompañarle donde
don Fernando le quería llevar; y como ya la buena suerte y mejor fortuna había comenzado a
romper lanzas y a facilitar dificultades en favor de los amantes de la venta y de los valientes della,
quiso llevarlo al cabo y dar a todo felice suceso, porque los criados se contentaron de cuanto don
Luis quería; de que recibió tanto contento doña Clara, que ninguno en aquella sazón la mirara al
rostro que no conociera el regocijo de su alma. Zoraida, aunque no entendía bien todos los sucesos
que había visto, se entristecía y alegraba a bulto, conforme veía y notaba los semblantes a cada uno,
especialmente de su español, en quien tenía siempre puestos los ojos y traía colgada el alma.
El ventero, a quien no se le pasó por alto la dádiva y recompensa que el cura había hecho al barbero,
pidió el escote de don Quijote, con el menoscabo de sus cueros y falta de vino, jurando que no
saldría de la venta Rocinante, ni el juramento de Sancho, sin que se le pagase primero hasta el
último ardite. Todo lo apaciguó el cura y lo pagó don Fernando, puesto que el oidor, de muy buena
voluntad, había también ofrecido la paga; y de tal manera quedaron todos en paz y sosiego, que ya
no parecía la venta la discordia del campo de Agramante, como don Quijote había dicho, sino la
misma paz y quietud del tiempo de Otaviano; de todo lo cual fue común opinión que se debían dar
las gracias a la buena intención y mucha elocuencia del señor cura y a la incomparable liberalidad
de don Femando.
Viéndose, pues, don Quijote libre y desembarazado de tantas pendencias, así de su escudero como
suyas, le pareció que sería bien seguir su comenzado viaje y dar fin a aquella grande aventura para
que había sido llamado y escogido; y así, con resoluta determinación se fue a poner de hinojos ante
Dorotea, la cual no le consintió que hablase palabra hasta que se levantase; y él, por obedecella, se
puso en pie, y le dijo:
-Es común proverbio, fermosa señora, que la diligencia es madre de la buena ventura, y en muchas y
graves cosas ha mostrado la experiencia que la solicitud del negociante trae a buen fin el pleito
dudoso; pero en ningunas cosas se muestra más esta verdad que en las de la guerra, adonde la
celeridad y presteza previene los discursos del enemigo, y alcanza la vitoria antes que el contrario se
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