Page 390 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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A cuya gran voz todos se pararon, y él prosiguió, diciendo:


                  -¿No os dije yo, señores, que este castillo era encantado, y que alguna región de demonios debe de
                  habitar en él? En confirmación de lo cual quiero que veáis por vuestros ojos cómo se ha pasado aquí

                  y trasladado entre nosotros la discordia del campo de Agramante. Mirad cómo allí se pelea por la

                  espada, aquí por el caballo, acullá por el águila, acá por el yelmo, y todos peleamos, y todos no nos

                  entendemos. Venga, pues, vuestra merced, señor oidor, y vuestra merced, señor cura, y el uno sirva

                  de rey Agramante, y el otro de rey Sobrino, y póngannos en paz; porque por Dios Todopoderoso que

                  es gran bellaquería que tanta gente principal como aquí estamos se mate por causas tan livianas.

                  Los cuadrilleros, que no entendían el frasis de don Quijote, y se veían malparados de don Fernando,

                  Cardenio y sus camaradas, no quedan sosegarse; el barbero sí, porque en la pendencia tenía

                  deshechas las barbas y el albarda; Sancho, a la más mínima voz de su amo, obedeció como buen

                  criado; los cuatro criados de don Luis también estuvieron quedos, viendo cuán poco les iba en no
                  estarlo; sólo el ventero porfiaba que se habían de castigar las insolencias de aquel loco, que a cada

                  paso le alborotaba la venta. Finalmente, el rumor se apaciguó por entonces, la albarda se quedó por

                  jaez hasta el día del Juicio, y la bacía por yelmo y la venta por castillo en la imaginación de don

                  Quijote.

                  Puestos, pues, ya en sosiego, y hechos amigos todos a persuasión del oidor y del cura, volvieron los

                  criados de don Luis a porfiarle que al momento se viniese con ellos; y en tanto que él con ellos se

                  avenía, el oidor comunicó con don Fernando, Cardenio y el cura qué debía hacer en aquel caso,

                  contándoseles con las razones que don Luis le había dicho. En fin, fue acordado que don Fernando

                  dijese a los criados de don Luis quién él era y cómo era su gusto que don Luis se fuese con él al

                  Andalucía, donde de su hermano el marqués sería estimado como el valor de don Luis merecía;
                  porque desta manera se sabía de la intención de don Luis que no volvería por aquella vez a los ojos

                  de su padre, si le hiciesen pedazos. Entendida, pues, de los cuatro la calidad de don Fernando y la

                  intención de don Luis, determinaron entre ellos que los tres se volviesen a contar lo que pasaba a su






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