Page 387 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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-De que sea albarda o jaez -dijo el cura- no está en más de decirlo el señor don Quijote; que en estas
cosas de la caballería todos estos señores y yo le damos la ventaja.
-Por Dios, señores míos -dijo don Quijote-, que son tantas y tan extrañas las cosas que en este
castillo, en dos veces que en él he alojado, me han sucedido, que no me atreva a decir
afirmativamente ninguna cosa de lo que acerca de lo que en él se contiene se preguntare, porque
imagino que cuanto en él se trata va por vía de encatamento. La primera vez me fatigó mucho un
moro encantado que en él hay, y a Sancho no le fue muy bien con otros sus secuaces; y anoche
estuve colgado deste brazo casi dos horas, sin saber cómo ni cómo no vine a caer en aquella
desgracia. Así que ponerme yo agora en cosa de tanta confusión a dar mi parecer, será caer en juicio
temerario. En lo que toca a lo que dicen que ésta es bacía, y no yelmo, ya yo tengo respondido; pero
en lo de declarar si ésa es albarda o jaez, no me atrevo a dar sentencia definitiva; sólo lo dejo al buen
parecer de vuestras mercedes; quizá por no ser armados caballeros como yo lo soy no tendrán que
ver con vuestras mercedes los encantamentos deste lugar, y tendrán los entendimientos libres, y
podrán juzgar de las cosas deste castillo como ellas son real y verdaderamente, y no como a mí me
parecían.
-No hay duda -respondió a esto don Fernando-, sino que el señor don Quijote ha dicho muy bien
hoy, que a nosotros toca la definición deste caso; y porque vaya con más fundamento, yo tomaré en
secreto los votos destos señores, y de lo que resultare daré entera y clara noticia.
Para aquellos que la tenían del humor de don Quijote era todo esto materia de grandísima risa; pero
para los que le ignoraban les parecía el mayor disparate del mundo, especialmente a los cuatro
criados de don Luis, y a don Luis ni más ni menos, y a otros tres pasajeros que acaso habían llegado
a la venta, que tenían parecer de ser cuadrilleros, como, en efeto, lo eran. Pero el que más se
desesperaba era el barbero, cuya bacía allí delante de sus ojos se le había vuelto en yelmo de
Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le había de volver en jaez rico de caballo;
y los unos y los otros se reían de ver cómo andaba don Fernando tomando los votos de unos en
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