Page 382 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningún modo, en tanto que yo pido

                  licencia a la princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por

                  cierto que yo le sacaré della.

                  -¡Pecadora de mí! -dijo a esto Maritornes, que estaba delante-. Primero que vuestra merced alcance

                  esa licencia que dice estará ya mi señor en el otro mundo.


                  -Dadme vos, señora, que yo alcance la licencia que digo -respondió don Quijote-; que como yo la
                  tenga, poco hará al caso que él esté en el otro mundo; que de allí le sacaré a pesar del mismo mundo

                  que lo contradiga; o, por lo menos, os daré tal venganza de los que allá le hubieren enviado, que

                  quedéis más que medianamente satisfechas.


                  Y sin decir más, se fue a poner de hinojos ante Dorotea, pidiéndole con palabras caballerescas y
                  andantescas que la su grandeza fuese servida de darle licencia de acorrer y socorrer al castellano de

                  aquel castillo, que estaba puesto en una grave mengua.


                  La princesa se la dio de buen talante, y él luego, embrazando su adarga y poniendo mano a su

                  espada, acudió a la puerta de la venta, adonde aún todavía traían los dos huéspedes a mal traer al
                  ventero; pero así como llegó, embazó y se estuvo




                  quedo, aunque Maritornes y la ventera le decían que en qué se detenía, que socorriese a su señor y

                  marido.


                  -Deténgome -dijo don Quijote- porque no me es lícito poner mano a la espada contra gente
                  escuderil; pero llamadme aquí a mi escudero Sancho; que a él toca y atañe esta defensa y venganza.


                  Esto pasaba en la puerta de la venta, y en ella andaban las puñadas y mojicones muy en su punto,

                  todo en daño del ventero y en rabia de Maritornes, la ventera y su hijo, que se desesperaban de ver

                  la cobardía de don Quijote, y de lo mal que lo pasaba su marido, señor y padre.

                  Pero dejámosle aquí, que no faltara quien le socorra, o si no, sufra y calle el que se atreve a más de a

                  lo que a sus fuerzas le prometen, y volvámonos atrás cincuenta pasos, a ver qué fue lo que don Luis



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