Page 383 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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respondió al oidor, que le dejamos aparte, preguntándole la causa de su venida a pie y de tan vil

                  traje vestido. A lo cual el mozo, asiéndole fuertemente de las manos, como en señal de que algún

                  gran dolor le apretaba el corazón, y derramando lágrimas en grande abundancia, le dijo:

                  -Señor mío, yo no sé deciros otra cosa sino que desde el punto que quiso el cielo y facilitó nuestra

                  vecindad que yo viese a mi señora doña Clara, hija vuestra y señora mía, desde aquel instante la hice

                  dueña de mi voluntad; y si la vuestra, verdadero señor y padre mío, no lo impide, en este mesmo día

                  ha de ser mi esposa. Por ella dejé la casa de mi padre, y por ella me puse en este traje, para seguirla

                  dondequiera que fuese, como la saeta al blanco, o como el marinero al norte. Ella no sabe de mis
                  deseos más de lo que ha podido entender de algunas veces que desde lejos ha visto llorar mis ojos.

                  Ya, señor, sabéis la riqueza y la nobleza de mis padres, y cómo yo soy el único heredero; si os parece

                  que éstas son partes para que os aventuréis a hacerme en todo venturoso, recebidme luego por

                  vuestro hijo; que si mi padre, llevado de otros disignios suyos, no gustare deste bien que yo supe

                  buscarme, más fuerza tiene el tiempo para deshacer y mudar las cosas que las humanas voluntades.

                  Calló en diciendo esto el enamorado mancebo, y el oidor quedó en oírle suspenso, confuso y

                  admirado, así de haber oído el modo y la discreción con que don Luis le había descubierto su

                  pensamiento, como de verse en punto que no sabía el que poder tomar en tan repentino y no

                  esperado negocio; y así, no respondió otra cosa sino que se sosegase por entonces, y entretuviese a

                  sus criados, que por aquel día no le volviesen, porque se tuviese tiempo para considerar lo que
                  mejor a todos estuviese. Besóle las manos por fuerza don Luis, y aun se las bañó con lágrimas, cosa

                  que pudiera enternecer un corazón de mármol, no sólo el del oidor, que, como discreto, ya había

                  conocido cuán bien le estaba a su hija aquel matrimonio; puesto que, si fuera posible, lo quisiera

                  efetuar con voluntad del padre de don Luis, del cual sabía que pretendía hacer de titulo a su hijo.

                  Ya a esta sazón estaban en paz los huéspedes con el ventero, pues por persuasión y buenas razones

                  de don Quijote, más que por amenazas, le habían pagado todo lo que él quiso, y los criados de don

                  Luis aguardaban el fin de la plática del oidor y la resolución de su amo, cuando el demonio, que no

                  duerme, ordenó que en aquel mesmo punto entró en la venta el barbero a quien don Quijote quitó el

                  yelmo de Mambrino, y Sancho Panza los aparejos del asno que trocó con los del suyo; el cual

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