Page 384 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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barbero, llevando su jumento a la caballeriza, vio a Sancho Panza que estaba aderezando no sé qué

                  de la albarda, y así como la vio la conoció, y se atrevió a arremeter a Sancho, diciendo:




                  -¡Ah, don ladrón, que aquí os tengo! ¡Venga mi bacía y mi albarda, con todos mis aparejos que me

                  robastes!

                  Sancho, que se vio acometer tan de improviso y oyó los vituperios que le decían, con la una mano

                  asió de la albarda, y con la otra dio un mojicón al barbero, que le bañó los dientes en sangre; pero no

                  por esto dejó el barbero la presa que tenía hecha en el albarda: antes alzó la voz de tal manera, que

                  todos los de la venta acudieron al mido y pendencia, y decía:

                  -¡Aquí del Rey y de la justicia; que sobre cobrar mi hacienda me quiere matar este ladrón, salteador

                  de caminos!

                  -Mentís -respondió Sancho-; que yo no soy salteador de caminos; que en buena guerra ganó mi

                  señor don Quijote estos despojos.


                  Ya estaba don Quijote delante, con mucho contento de ver cuán bien se defendía y ofendía su

                  escudero, y túvole desde allí adelante por hombre de pro, y propuso en su corazón de armalle
                  caballero en la primera ocasión que se le ofreciese, por parecerle que sería en él bien empleada la

                  orden de la caballería. Entre otras cosas que el barbero decía en el discurso de la pendencia, vino a

                  decir:


                  -Señores, así esta albarda es mía como la muerte que debo a Dios, y así la conozco como si la
                  hubiera parido; y ahí está mi asno en el establo, que no me dejará mentir; si no, pruébensela, y si no

                  le viniere pintiparada, yo que daré por infame. Y hay más: que el mismo día que ella se me quitó, me

                  quitaron también una bacía de azófar nueva, que no se había estrenado, que era señora de un

                  escudo.

                  Aquí no se pudo contener don Quijote sin responder, y poniéndose entre los dos y apartándoles,

                  depositando la albarda en el suelo, que la tuviese de manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo:




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