Page 378 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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Preguntáronle al ventero si acaso había llegado a aquella venta un muchacho de hasta edad de
                  quince años, que venía vestido como mozo de mulas, de tales y tales señas, dando las mesmas que

                  traía el amante de doña Clara. El ventero respondió que había tanta gente en la venta, que no había

                  echado de ver en el que preguntaban. Pero habiendo visto uno dellos el coche donde había venido el

                  oidor, dijo:

                  -Aquí debe de estar sin duda, porque éste es el coche que él dicen que sigue; quédese uno de

                  nosotros a la puerta y entren los demás a buscarle; y aun sería bien que uno de nosotros rodease

                  toda la venta, porque no se fuese por las bardas de los corrales.


                  -Así se hará -respondió uno dellos.

                  Y entrándose los dos dentro, uno se quedó a la puerta y el otro se fue a rodear la venta; todo lo cual

                  veía el ventero, y no sabía atinar para qué se hacían aquellas diligencias, puesto que bien creyó que

                  buscaban a aquel mozo cuyas señas le habían dado.

                  Ya a esta sazón aclaraba el día; y así por esto como por el mido que don Quijote había hecho,

                  estaban todos despiertos y se levantaban, especialmente doña Clara y Dorotea, que la una con

                  sobresalto de tener tan cerca a su amante, y la otra con el deseo de verle, habían podido dormir bien

                  mal aquella noche. Don Quijote, que vio que ninguno de los cuatro caminantes hacía caso dél, ni le

                  respondían a su demanda, moría y rabiaba de despecho y saña; y si él hallara en las ordenanzas de
                  su caballería que lícitamente podía el caballero andante tomar y emprender otra empresa habiendo

                  dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna hasta acabar la que había prometido, él embistiera

                  con todos, y les hiciera responder mal de su grado; pero por parecerle no convenirle ni estarle bien

                  comenzar nueva empresa hasta poner a Micomicona en su reino, hubo de callar y estarse quedo,

                  esperando a ver en qué paraban las diligencias de aquellos caminantes; uno de los cuales halló al
                  mancebo que buscaba, durmiendo al lado de un mozo de mulas, bien descuidado de que nadie ni le

                  buscase, ni menos de que le hallase. El hombre le trabó del brazo y le dijo:






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