Page 377 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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todos cuantos en la venta estaban, y así, se levantó a preguntar quién llamaba. Sucedió en este

                  tiempo que una de las cabalgaduras en que venían los cuatro que llamaban se llegó a oler a

                  Rocinante, que melancólico y triste, con las orejas caídas, sostenía sin moverse a su estirado señor;

                  y, como, en fin, era de carne, aunque parecía de leño, no pudo dejar de resentirse y tornar a oler a

                  quien le llegaba a hacer caricias; y así, no se hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron los
                  juntos pies de don Quijote, y, resbalando de la silla, dieran con él en el suelo, a no quedar colgado

                  del brazo; cosa que le causó tanto dolor, que creyó, o que la muñeca le cortaban, o que el brazo se le

                  arrancaba; porque él quedó tan cerca del suelo, que con los extremos de las puntas de los pies

                  besaba la tierra, que era en su perjuicio, porque, como sentía lo poco que le faltaba para poner las

                  plantas en la tierra, fatigábase y estirábase cuanto podía por alcanzar al suelo, bien así como los que
                  están en el tormento de la garrucha, puestos a toca, no toca, que ellos mesmos son causa de

                  acrecentar su dolor, con el ahínco que ponen en estirarse, engañados de la esperanza que se les

                  representa, que con poco más que se estiren llegarán al suelo.


                  Capítulo 44: Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta

                  En efeto, fueron tantas las voces que don Quijote dio, que abriendo de presto las puertas de la venta,

                  salió el ventero, despavorido, a ver quién tales gritos daba, y los que estaban fuera hicieron lo

                  mesmo. Maritornes, que ya había despertado a las mismas voces, imaginando lo que podía ser, se

                  fue al pajar y desató, sin que nadie lo viese, el cabestro que a don Quijote sostenía, y él dio luego en
                  el suelo, a vista del ventero y de los caminantes, que, llegándose a él, le preguntaron qué tenía, que

                  tales voces daba. El, sin responder palabra, se quitó el cordel de la muñeca, y levantándose en pie,

                  subió sobre Rocinante, embrazó su adarga, enristró su lanzón, y tomando buena parte del campo,

                  volvió a medio galope, diciendo:

                  -Cualquiera que dijere que yo he sido con justo titulo encantado, como mi señora la princesa

                  Micomicona me dé licencia para ello, yo le desmiento, le rieto y desafío a singular batalla.


                  Admirados se quedaron los nuevos caminantes de las palabras de don Quijote; pero el ventero les

                  quitó de aquella admiración, diciéndoles que era don Quijote, y que no había que hacer caso dél,
                  porque estaba fuera de juicio.

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