Page 363 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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también cómo aquella doncella era su hija, de cuyo parto había muerto su madre, y que él había

                  quedado muy rico con el dote que con la hija se le quedó en casa. Pidióles consejo qué modo tendría

                  para descubrirse, o para conocer primero si, después de descubierto, su hermano, por verle pobre,

                  se afrentaba, o le recebía con buenas entrañas.

                  -Déjeseme a mi el hacer esa experiencia -dijo el cura-; cuanto más que no hay pensar sino que vos,

                  señor capitán, seréis muy bien recebido; porque el valor y prudencia que en su buen parecer

                  descubre vuestro hermano no da indicios de ser arrogante ni desconocido, ni que no ha de saber

                  poner los casos de la fortuna en su punto.

                  -Con todo eso -dijo el capitán-, yo querría, no de improviso, sino por rodeos, dármele a conocer.


                  -Ya os digo -respondió el cura- que yo lo trazaré de modo, que todos quedemos satisfechos.

                  Ya, en esto, estaba aderezada la cena, y todos se sentaron a la mesa, eceto el cautivo y las señoras,

                  que cenaron de por si en su aposento. En la mitad de la cena dijo el cura.

                  -Del mesmo nombre de vuestra merced, señor oidor, tuve yo una camarada en Constantinopla,

                  donde estuve cautivo algunos años; la cual camarada era uno de los valientes soldados y capitanes

                  que había en toda la infantería española; pero tanto cuanto tenía de esforzado y valeroso tenía de

                  desdichado.

                  -Y ¿cómo se llamaba ese capitán, señor mío? -preguntó el oidor.


                  -Llamábase -respondió el cura- Ruy Pérez de Viedma, y era natural de un lugar de las montañas de

                  León; el cual me contó un caso que a su padre con sus hermanos le había sucedido, que, a no
                  contármelo un hombre tan verdadero como él, lo tuviera por conseja de aquellas que las viejas

                  cuentan el invierno al fuego. Porque me dijo que su padre había dividido su hacienda entre tres

                  hijos que tenía, y les había dado ciertos consejos, mejores que los de Catón. Y sé yo decir que el que

                  él escogió de venir a la guerra le había sucedido tan bien, que en pocos años, por su valor y esfuerzo,

                  sin otro brazo que el de su mucha virtud, subió a ser capitán de infantería, y a verse en camino y

                  predicamento de ser presto maestre de campo. Pero fuele la fortuna contraria, pues donde la

                  pudiera esperar y tener buena, allí la perdió, con perder la libertad en la felicísima jornada donde

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