Page 362 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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vuestra merced en esta fermosa doncella, a quien deben no sólo abrirse y manifestarse los castillos,

                  sino apartarse los riscos, y dividirse y abajarse las montañas, para dalle acogida. Entre vuestra

                  merced, digo, en este paraíso, que aquí hallará estrellas y soles que acompañen el cielo que vuestra

                  merced trae consigo; aquí hallará las armas en su punto y la hermosura en su extremo.

                  Admirado quedó el oidor del razonamiento de don Quijote, a quien se puso a mirar muy de

                  propósito, y no menos le admiraba su talle que sus palabras; y sin hallar ningunas con que

                  respondelle, se tomó a admirar de nuevo cuando vio delante de si a Luscinda, a Dorotea y a Zoraida,

                  que a las nuevas de los nuevos huéspedes y a las que la ventera les había dado de la hermosura de la
                  doncella habían venido a verla y a recebirla; pero don Fernando, Cardenio y el cura le hicieron más

                  llanos y más cortesanos ofrecimientos. En efecto, el señor oidor entró confuso, así de lo que veía

                  como de lo que escuchaba, y las hermosas de la venta dieron la bienllegada a la hermosa doncella.

                  En resolución, bien echó de ver el oidor que era gente principal toda la que allí estaba; pero el talle,

                  visaje y la apostura de don Quijote le desatinaba; y habiendo pasado entre todos corteses

                  ofrecimientos, y tanteado la comodidad de la venta, se ordenó lo que antes estaba ordenado: que
                  todas las mujeres se entrasen en el camaranchón ya referido, y que los hombres se quedasen fuera,

                  como en su guarda. Y así, fue contento el oidor que su hija, que era la doncella, se fuese con aquellas

                  señoras, lo que hizo de muy buena gana; y con parte de la estrecha cama del ventero, y con la mitad

                  de la que el oidor traía, se acomodaron aquella noche, mejor de lo que pensaban.

                  El cautivo, que desde el punto que vio al oidor, le dio saltos el corazón y barruntos de que aquél era

                  su hermano, preguntó a uno de los criados que con él venían que cómo se llamaba y si sabía de qué

                  tierra era. El criado le respondió que se llamaba el licenciado Juan Pérez de Viedma, y que había

                  oído decir que era de un lugar de las montañas de León. Con esta relación y con lo que él había visto

                  se acabó de confirmar de que aquél era su hermano, que había seguido las letras, por consejo de su

                  padre; y alborotado y contento, llamando aparte a don Fernando, a Cardenio




                  y al cura, les contó lo que pasaba, certificándoles que aquel oidor era su hermano. Habíale dicho
                  también el criado cómo iba proveído por oidor a las Indias, en la Audiencia de México; supo

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