Page 366 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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sucesos; allí mostraron puesta en su punto la buena amistad de dos hermanos; allí abrazó el oidor a

                  Zoraida; allí la ofreció su hacienda; allí hizo que la abrazase su hija; allí la cristiana hermosa y la

                  mora hermosísima renovaron las




                  lágrimas de todos. Allí don Quijote estaba atento, sin hablar palabra, considerando estos tan

                  extraños sucesos, atribuyéndolos todos a quimeras de la andante caballería. Allí concertaron que el
                  capitán y Zoraida se volviesen con su hermano a Sevilla y avisasen a su padre de su hallazgo y

                  libertad, para que, como pudiese, viniese a hallarse en las bodas y bautismo de Zoraida, por no le ser

                  al oidor posible dejar el camino que llevaba, a causa de tener nuevas que de allí a un mes partía flota

                  de Sevilla a la Nueva España, y fuérale de grande incomodidad perder el viaje.

                  En resolución, todos quedaron contentos y alegres del buen suceso del cautivo; y como ya la noche

                  iba casi en las dos partes de su jornada, acordaron de recogerse y reposar lo que de ella les quedaba.

                  Don Quijote se ofreció a hacer la guardia del castillo, porque de algún gigante o otro mal andante

                  follón no fuesen acometidos, codiciosos del gran tesoro de hermosura que en aquel castillo se

                  encerraba. Agredeciéronselo los que le conocían, y dieron al oidor cuenta del humor extraño de don

                  Quijote, de que no poco gusto recibió. Sólo Sancho Panza se desesperaba con la tardanza del
                  recogimiento, y sólo él se acomodó mejor que todos, echándose sobre los aparejos de su jumento,

                  que le costaron tan caros como adelante se dirá.


                  Recogidas, pues, las damas en su estancia, y los demás acomodándose como menos mal pudieron,

                  don Quijote se salió fuera de la venta a hacer la centinela del castillo, como lo había prometido.

                  Sucedió, pues, que faltando poco por venir el alba, llegó a los oídos de las damas una voz tan

                  entonada y tan buena, que les obligó a que todas le prestasen atento oído, especialmente Dorotea,

                  que despierta estaba, a cuyo lado dormía doña Clara de Viedma, que ansí se llamaba la hija del
                  oidor. Nadie podía imaginar quién era la persona que tan bien cantaba, y era una voz sola, sin que la

                  acompañase instrumento alguno. Unas veces les parecía que cantaba en el patio; otras, que en la

                  caballeriza, y estando en esta confusión muy atentas, llegó a la puerta del aposento Cardenio, y dijo:



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