Page 368 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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son nubes que me la encubren
cuando más verla procuro.
¡Oh clara y luciente estrella
en cuya lumbre me apuro!
Al punto que te me encubras,
será de mi muerte el punto.
Llegando el que cantaba a este punto, le pareció a Dorotea que no sería bien que dejase Clara de oír
una tan buena voz; y así, moviéndola a una y a otra parte, la despertó, diciéndole:
-Perdóname, niña, que te despierto, pues lo hago porque gustes de oír la mejor voz que quizá habrás
oído en toda tu vida.
Clara despertó toda soñolienta, y de la primera vez no entendió lo que Dorotea le decía; y
volviéndoselo a preguntar, ella se lo volvió a decir, por lo cual estuvo atenta Clara; pero apenas hubo
oído dos versos que el que cantaba iba prosiguiendo, cuando le tomó un temblor tan extraño, como
si de algún grave accidente de cuartana estuviera enferma, y abrazándose estrechamente con
Dorotea, le dijo:
-¡Ay, señora de mi alma y de mi vida! ¿Para qué me despertastes? Que el mayor bien que la fortuna
me podía hacer por ahora era tenerme cerrados los ojos y los oídos, para no ver ni oír ese
desdichado músico.
-¿Qué es lo que dices, niña? Mira que dicen que el que canta es un mozo de mulas.
-No es sino señor de lugares –respondió Clara-, y el que le tiene en mi alma con tanta seguridad,
que si él no quiere dejalle, no le será quitado eternamente.
Admirada quedó Dorotea de las sentidas razones de la muchacha, pareciéndole que se aventajaban
en mucho a la discreción que sus pocos años prometían, y así, le dijo:
-Habláis de modo, señora Clara, que no puedo entenderos: declaraos más y decidme qué es lo que
decís de alma y de lugares, y deste músico, cuya voz tan inquieta os tiene. Pero no me digáis nada
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