Page 365 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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noticia de sí a su padre; que si él lo supiera, o alguno de nosotros, no tuviera necesidad de aguardar
al milagro de la caña para alcanzar su rescate. Pero de lo que yo agora me temo es de pensar si
aquellos franceses le habrán dado libertad, o le habrán muerto por encubrir su hurto. Esto todo será
que yo prosiga mi viaje no con aquel contento con que le comencé, sino con toda melancolía y
tristeza. ¡Oh buen hermano mío, y quién supiera agora dónde estabas; que yo te fuera a buscar y a
librar de tus trabajos, aunque fuera a costa de los míos! ¡Oh, quién Llevara nuevas a nuestro viejo
padre de que tenias vida, aunque estuvieras en las mazmorras más escondidas de Berbería; que de
allí te sacaran sus riquezas, las de mi hermano y las mías! ¡Oh Zoraida hermosa y liberal, quién
pudiera pagar el bien que a mi hermano hiciste! ¡Quién pudiera hallarse al renacer de tu alma, y a
las bodas, que tanto gusto a todos nos dieran!
Estas y otras semejantes palabras decía el oidor, lleno de tanta compasión con las nuevas que de su
hermano le habían dado, que todos los que le oían le acompañaban en dar muestras del sentimiento
que tenían de su lástima. Viendo, pues, el cura que tan bien había salido con su intención y con lo
que deseaba el capitán, no quiso tenerlos a todos más tiempo tristes, y así, se levantó de la mesa, y
entrando donde estaba Zoraida, la tomó por la mano, y tras ella se vinieron Luscinda, Dorotea y la
hija del oidor. Estaba esperando el capitán a ver lo que el cura quería hacer, que fue que, tomándole
a él asimesmo de la otra mano, con entrambos a dos se fue donde el oidor y los demás caballeros
estaban, y dijo:
-Cesen, señor oidor, vuestras lágrimas, y cólmese vuestro deseo de todo el bien que acertare a
desearse, pues tenéis delante a vuestro buen hermano y a vuestra buena cuñada. Este que aquí veis
es el capitán Viedma, y ésta, la hermosa mora que tanto bien le hizo. Los franceses que os dije los
pusieron en la estrecheza que veis, para que vos mostréis la liberalidad de vuestro buen pecho.
Acudió el capitán a abrazar a su hermano, y él le puso ambas manos en los pechos, por mirarle algo
más apartado; mas cuando le acabó de conocer le abrazó tan estrechamente, derramando tan
tiernas lágrimas de contento, que los más de los que presentes estaban le hubieron de acompañar en
ellas. Las palabras que entrambos hermanos se dijeron, los sentimientos que mostraron, apenas
creo que pueden pensarse, cuanto más escribirse. Allí, en breves razones, se dieron cuenta de sus
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