Page 358 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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en pie, y a lo que después supimos, los primeros que a la vista se le ofrecieron fueron el renegado y
Zoraida, y como él los vio en hábito de moros, pensó que todos los de la Berbería estaban sobre él; y
metiéndose con extraña ligereza por el bosque adelante, comenzó a dar los mayores gritos del
mundo, diciendo:
-¡Moros, moros hay en la tierra! ¡ Moros, moros! ¡Arma, arma!
Con estas voces quedamos todos confusos, y no sabíamos qué hacernos; pero considerando que las
voces del pastor habían de alborotar la tierra, y que la caballería de la costa había de venir luego a
ver lo que era, acordamos que el renegado se desnudase las ropas de turco y se vistiese un gilecuelco
o casaca de cautivo que uno de nosotros le dio luego, aunque se quedó en camisa; y así,
encomendándonos a Dios, fuimos por el mismo camino que vimos que el pastor llevaba, esperando
siempre cuándo había de dar sobre nosotros la caballería de la costa. Y nos engañó nuestro
pensamiento; porque aún no habrían pasado dos horas, cuando habiendo ya salido de aquellas
malezas a un llano, descubrimos hasta cincuenta caballeros, que con gran ligereza, corriendo a
media rienda, a nosotros se venían, y así como los vimos, nos estuvimos quedos aguardándolos;
pero como ellos llegaron, y vieron, en lugar de los moros que buscaban, tanto pobre cristiano,
quedaron confusos, y uno dellos nos preguntó si éramos nosotros acaso la ocasión por que un pastor
había apellidado al arma. «-Si», dije yo; y queriendo comenzar a decirle mi suceso, y de dónde
veníamos, y quién éramos, uno de los cristianos que con nosotros venían conoció al jinete que nos
había hecho la pregunta, y dijo, sin dejarme a mi decir más palabra:
-¡Gracias sean dadas a Dios, señores, que a tan buena parte nos ha conducido! Porque si yo no me
engaño, la tierra que pisamos es la de Vélez Málaga; si ya los años de mi cautiverio no me han
quitado de la memoria el acordarme que vos, señor, que nos preguntáis quién somos, sois Pedro de
Bustamante, tío mío.
Apenas hubo dicho esto el cristiano cautivo, cuando el jinete se arrojó del caballo y vino a abrazar al
mozo, diciéndole:
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