Page 357 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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cielo mostrarse escuro, y por ignorar el paraje en que estábamos, no nos pareció cosa segura
embestir en tierra, como a muchos de nosotros les parecía, diciendo que diésemos en ella, aunque
fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque así aseguraríamos el temor que de razón se debía
tener que por allí anduviesen bajeles de cosarios de Tetuán, los cuales anochecen en Berbería y
amanecen en las costas de España, y hacen, de ordinario, presa, y se vuelven a dormir a sus casas;
pero de los contrarios pareceres el que se tomó fue que nos llegásemos poco a poco, y que si el
sosiego del mar lo concediese, desembarcásemos donde pudiésemos. Hízose así, y poco antes de la
media noche sería cuando llegamos al pie de una disformísima y alta
montaña, no tan junto al mar, que no concediese un poco de espacio para poder desembarcar
cómodamente. Embestimos en la arena, salimos a tierra, besamos el suelo, y con lágrimas de muy
alegrísimo contento dimos todos gracias a Dios Señor Nuestro, por el bien tan incomparable que
nos había hecho. Sacamos de la barca los bastimentos que tenía, tirámosla en tierra, y subímonos un
grandísimo trecho en la montaña, porque aún allí estábamos, y aún no podíamos asegurar el pecho,
ni acabábamos de creer que era tierra de cristianos la que ya nos sostenía.
Amaneció más tarde, a mi parecer, de lo que quisiéramos. Acabamos de subir toda la montaña, por
ver si desde allí algún poblado se descubría, o algunas cabañas de pastores; pero aunque más
tendimos la vista, ni poblado, ni persona, ni senda, ni camino descubrimos. Con todo esto,
determinamos de entrarnos la tierra adentro, pues no podría ser menos sino que presto
descubriésemos quién nos diese noticia della. Pero lo que a mí más me fatigaba era el ver ir a pie a
Zoraida por aquellas asperezas, que, puesto que alguna vez la puse sobre mis hombros, más le
cansaba a ella mi cansancio que la reposaba su reposo; y así, nunca más quiso que yo aquel trabajo
tomase; y con mucha paciencia y muestras de alegría, llevándola yo siempre de la mano, poco
menos de un cuarto de legua debíamos de haber andado, cuando llegó a nuestros oídos el son de
una pequeña esquila, señal clara que por allí cerca había ganado; y mirando todos con atención si
alguno se parecía, vimos al pie de un alcornoque un pastor mozo, que con grande reposo y descuido
estaba labrando un palo con un cuchillo. Dimos voces, y él, alzando la cabeza, se puso ligeramente
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