Page 31 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
P. 31
se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero que se llamaba Las lágrimas de Angélica.
Lloráralas yo, dijo el cura en oyendo el nombre, si tal libro
hubiera mandado quemar, porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de
España, y fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio.
Capítulo 7: De la segunda salida de nuestro buen caballero D. Quijote de la Mancha
Estando en esto, comenzó a dar voces Don Quijote, diciendo: aquí, aquí, valerosos caballeros, aquí
es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del
torneo. Por acudir a este ruido y estruendo no se pasó adelante con el escrutinio de los demás libros
que quedaban, y así se cree que fueron al fuego sin ser vistos ni oídos, la Carolea y León de España,
con los Hechos del emperador, compuestos por don Luis de Avila, que sin duda debían de estar
entre los que quedaban, y quizá, si el cura los viera, no pasaran por tan rigurosa sentencia. Cuando
llegaron a Don Quijote, ya él estaba levantado de la cama, y proseguía en sus voces y en sus
desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera
dormido. Abrazáronse con él, y por fuerza le volvieron al lecho; y después que hubo sosegado un
poco, volviéndose a hablar con el cura, le dijo: por cierto, señor Arzobispo Turpin, que es gran
mengua de los que nos llamamos doce Pares dejar tan sin más ni más llevar la victoria de este
torneo a los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez, en los tres
días antecedentes. Calle vuestra merced, señor compadre, dijo el cura, que Dios será servido que la
suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane mañaa; y atienda vuestra merced a su salud por
ahora, que me parece que debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está mal ferido.
Ferido no, dijo Don Quijote; pero molido y quebrantado no hay duda en ello, porque aquel astardo
de don Roldán me ha molido a palos con el tronco de una encina, y todo de envidia, porque ve que
yo solo soy el opuesto de sus valentías; mas no me llamaría yo Reinaldos de Montalbán, si en
levantándome de este lecho no me lo pagare, a pesar de todos sus encantamientos; y por ahora
tráigame de yantar, que sé que es lo que más me hará al caso, y quédese lo del vengarme a mi cargo.
Portal Educativo EducaCYL
http://www.educa.jcyl.es