Page 33 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mándole yo, qué

                  mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado. ¿Quién duda de eso? dijo la

                  sobrina. Pero ¿quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esas pendencias? ¿No será mejor

                  estarse pacífico en su casa, y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo, sin considerar que

                  muchos van por lana y vuelven trasquilados? ¡Oh, sobrina mía, respondió Don Quijote, y cuán mal
                  que estás en la cuenta! Primero que a mí me trasquilen, tendré peladas y quitadas las barbas a

                  cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello. No quisieron las dos replicarle más,

                  porque vieron que se le encendía la cólera. Es, pues, el caso que él estuvo quince días en casa muy

                  sosegado, sin dar muestras de querer secundar sus primeros devaneos, en los cuales días pasó

                  graciosísimos cuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que él decía que la cosa de
                  que más necesidad tenía el mundo era de caballeros andantes, y de que en él se resucitase la

                  caballería andantesca. El cura algunas veces le contradecía y otras concedía, porque si no guardaba

                  este artificio, no había poder averiguarse con él. En este tiempo solicitó Don Quijote a un labrador

                  vecino suyo, hombre de bien (si es que ese título se puede dar al que es pobre), pero de muy poca sal

                  en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se

                  determinó de salir con él y servirle de escudero. Decíale entre otras cosas Don Quijote, que se

                  dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase en
                  quítame allá esas pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador de ella. Con estas promesas y

                  otras tales, Sancho Panza (que así se llamaba el labrador) dejó su mujer e hijos, y asentó por

                  escudero de su vecino. Dió luego Don Quijote orden en buscar dineros; y vendiendo una cosa, y

                  empeñando otra, y malbaratándolas todas, allegó una razonable cantidad. Acomodóse asimismo de

                  una rodela que pidió prestada a un su amigo, y pertrechando a su rota celada lo mejor que pudo,

                  avisó a su escudero Sancho del día y la hora que pensaba ponerse en camino, para que él se
                  acomodase de lo que viese que más le era menester; sobre todo, le encargó que llevase alforjas. El

                  dijo que sí llevaría, y que asimismo pensaba llevar un asno que tenía muy bueno, porque él no

                  estaba ducho a andar mucho a pie. En lo del asno reparó un poco Don Quijote, imaginando si se le

                  acordaba si algún caballero andante había traido escudero caballero asnalmente; pero nunca le vino



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