Page 356 - El ingenioso caso de don Quijote de la Mancha
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haber usado de la descortesía de no respondelles, nos había sucedido aquello. Nuestro renegado

                  tomó el cofre de las riquezas de Zoraida, y dio con él en la mar, sin que ninguno echase de ver en lo

                  que hacía. En resolución, todos pasamos con los franceses, los cuales, después de haberse

                  informado de todo aquello que de nosotros saber quisieron, como si fueran nuestros capitales

                  enemigos, nos despojaron de todo cuanto teníamos, y a Zoraida le quitaron hasta los carcajes que
                  traía en los pies; pero no me daba a mí tanta pesadumbre la que a Zoraida daban como me la daba el

                  temor que tenía de que habían de pasar del quitar de las riquísimas y preciosísimas joyas al quitar

                  de la joya que más valía y ella más estimaba. Pero los deseos de aquella gente no se extienden a más

                  que al dinero, y desto jamás se vee haría su codicia; lo cual entonces llegó a tanto, que aun hasta los

                  vestidos de cautivos nos quitaran si de algún provecho les fueran; y hubo parecer entre ellos de que
                  a todos nos arrojasen a la mar envueltos en una vela, porque tenían intención de tratar en algunos

                  puertos de España con nombre de que eran bretones, y si nos llevaban vivos serían castigados

                  siendo descubierto su hurto; mas el capitán, que era el que había despojado a mi querida Zoraida,

                  dijo que él se contentaba con la presa que tenía, y que no quería tocar en ningún puerto de España,

                  sino pasar el estrecho de Gibraltar de noche, o como pudiese, y irse a la Rochela, de donde había

                  salido; y así, tomaron por acuerdo de darnos el esquife de su navío, y todo lo necesario para la corta

                  navegación que nos quedaba, como lo hicieron otro día, ya a vista de tierra de España; con la cual
                  vista todas nuestras pesadumbres y pobrezas se nos olvidaron de todo punto, como si no hubieran

                  pasado por nosotros: tanto es el gusto de alcanzar la libertad perdida.


                  Cerca de medio día podría ser cuando nos echaron en la barca, dándonos dos barriles de agua y

                  algún bizcocho; y el capitán, movido no sé de qué misericordia, al embarcarse la hermosísima
                  Zoraida, le dio hasta cuarenta escudos de oro, y no consintió que le quitasen sus soldados estos

                  mesmos vestidos que ahora tiene puestos. Entramos en el bajel; dimosles las gracias por el bien que

                  nos hacían, mostrándonos más agradecidos que quejosos; ellos se hicieron a lo largo, siguiendo la

                  derrota del estrecho; nosotros, sin mirar a otro norte que a la tierra que se nos mostraba delante,

                  nos dimos tanta priesa a bogar, que al poner del sol estábamos tan cerca, que bien pudiéramos, a

                  nuestro parecer, llegar antes que fuera muy noche; pero, por no parecer en aquella noche la luna y el


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